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Quest for Glory III

La muerte de Ad Avis produjo una liberación de fuerza mágica que fue percibida en todo el mundo, pero el cuerpo del visir no había sido encontrado y la joven temía que alguna fuerza oscura hubiera absorbido sus poderes.

Después de la victoria, el héroe fue adoptado como hijo por el sultán Harun al Rashid y ganó el título de Príncipe de Shapeir. Pero la noche anterior, Aziza había recibido un mensaje de Kreesha, la hechicera leontauro de Tarna, en el que rogaba que su esposo Rakeesh volviera a su ciudad ya que había rumores de guerra entre dos tribus y temía la presencia de un demonio detrás del conflicto. Aziza explicó al héroe que en tres días se abriría un portal mágico que permitiría a Rakeesh regresar a Tarna y sugirió al héroe que le acompañara en su viaje, ya que ese demonio se había liberado después de la muerte de Ad Avis.

Tres días después, el sultán de Shapeir se despedía, no sólo de Rakeesh el leontauro, sino también de Uhura, la valiente guerrera Simbani que regresaba ahora a su tierra con Simba, su pequeño hijo recién nacido. Abrazó al héroe que había adoptado como su hijo y le entregó un escudo que le protegería de los hechizos. El portal mágico apareció, y los tres amigos lo cruzaron para reaparecer en la casa de Kreesha en Tarna.

VIENTOS DE GUERRA

Rakeesh saludó a su esposa Kreesha, feliz de volver a verla. Le presentó al joven que había ganado el título de Príncipe de Shapeir y se despidió de Uhura, que deseaba regresar a su pueblo en compañía de su hijo recién nacido.

Conversando con Kreesha y Rakeesh, el héroe averiguó cosas interesantes. Tarna era una antigua ciudad construida en el estilo de los antiguos egipcios en la que convivían los leontauros y los humanos. Eran los leontauros los que gobernaban la ciudad y vivían en el sector Este, si bien Kreesha era la única leontauro que había decidido tener su casa en la zona Oeste de la ciudad y convivir con los humanos. El rey era Rajah, un guerrero leontauro hermano de Rakeesh, pero existía un Consejo de seis hembras leontauro en el que Kreesha era el miembro especialista en magia. Era este Consejo el que decidiría si Tarna iría o no a la guerra.

Kreesha explicó que días atrás el jefe de los Simbani, una tribu de nómadas que vivía en la sabana -justo la tribu a la que pertenecía Uhura-, había llegado a Tarna pidiendo ayuda para luchar con los Hombres-Leopardo, una tribu de magos que cambiaban de forma. El Consejo, que no solía tomar partido en los problemas de los humanos, había enviado una misión de paz para hablar con los Hombres-Leopardo, pero la misión había sido atacada durante la noche y sólo un humano había podido regresar a Tarna. Reeshaka, la hija de Rakeesh y Kreesha, era el jefe de la expedición y había desaparecido con el resto de sus compañeros.

El héroe dejó sola a la pareja, pero antes de abandonar la casa, Rakeesh le explicó que dentro de dos días se reuniría con el Consejo para llevar su mensaje de paz e intentar evitar que Tarna entrara en el conflicto, y después los dos podrían viajar a la aldea de los Simbani para conseguir más información. Entretanto, el héroe podía caminar por las calles de Tarna y alojarse en la habitación que Kreesha le había reservado en la posada.

La ciudad estaba dividida en tres niveles. En el más bajo, situado junto al puerto, se encontraba el bazar. En el central estaba la posada, la tienda del boticario y la casa de Kreesha, y en el superior las habitaciones del rey y del Consejo, así como las escaleras que conducían al templo de Sekhmet. El río, las montañas y la sabana rodeaban la ciudad en todas direcciones, y el lugar habitado más cercano era la aldea de los Simbani, situada al Este, a un día y medio de camino.

(Lo que sigue es el relato que hizo el héroe después de sus aventuras en Tarna. Tened en cuenta que el programa tiene tres posibles soluciones ya que el jugador puede escoger entre guerrero, mago y ladrón. La solución que vamos a explicar a continuación es la correspondiente al guerrero, posiblemente la más sencilla).

PRIMEROS PASOS EN TARNA

Estaba en el bazar cuando, al acercarme al sector norte, fui testigo de un robo. Alertado por los gritos de uno de los mercaderes, perseguí al ladrón, pero unos soldados se me había adelantado, capturando al malhechor. Por ser testigo del suceso, les acompañé al Consejo para asistir al juicio donde el ladrón, de nombre Harami, fue condenado a ser ignorado y despreciado por todos los habitantes de Tarna.

El rey Rajah nos llamó a Rakeesh y a mí a sus habitaciones, donde fui presentado. Ofrecí mis respetos al rey, observando que los dos hermanos eran de diferente naturaleza: mientras Rakeesh rechazaba el horror de la guerra, Rajah quería que Tarna entrara en un conflicto armado. Dejé que los dos leontauros discutieran y volví al bazar.

El comerciante objeto del robo era un banquero que cambió mis dinares por reales, la moneda oficial de Tarna. Con las nuevas monedas, compré una cantimplora de piel idéntica a la que ya tenía, varias pieles de cebra, un tarro de miel y una caja de yesca y, en el extremo sur del bazar, encontré un Katta -una criatura con aspecto de gato que había conocido en Shapeir- que vendía objetos de madera. Reconocí al comerciante como a Shallah, sobrino de Shema, y le entregué la nota que su tía me había dado antes de abandonar Shapeir. Shallah agradeció la carta y se mostró tan contento cuando le di noticias sobre Shapeir que al comprarle un pequeño leopardo de madera insistió en regalármelo.

En esa misma sección del bazar dejé una moneda en el platillo del niño que tocaba los tambores, y regateé con el vendedor de carne al comprarle las raciones que me ayudarían a sobrevivir en la jungla.

Al anochecer, fui a la posada, donde me recibió una bella joven llamada Janna que me explicó que Kreesha me había reservado una habitación en el piso superior, en la que encontraría un cofre donde podría guardar objetos. Después de examinar un tablón de anuncios, me senté y pedí comida a Janna. Tras comer, decidí irme a dormir.

SEGUNDO DÍA

Me dirigí a la botica, donde conocí a Salim Nafs, conocedor de las virtudes curativas de muchas plantas y flores. Al enterarme de que vendía píldoras, me interesé por las curativas, pero me dijo que se le había acabado el ingrediente principal para fabricarlas, que no era otro que las plumas del pájaro de la miel -un ave de la sabana que debía ser despojado de una de sus plumas sin violencia, ya que sólo un pájaro feliz podría producir píldoras eficaces-. También me explicó que existía un árbol mágico en el corazón de la jungla llamado "La Madre del Mundo" y que me vendería pociones para romper hechizos, pero que le faltaban tres de los ingredientes: agua del Estanque de la Paz, un objeto llamado "Regalo del Corazón", que podría encontrar en el "Corazón del Mundo", y el fruto de una enredadera venenosa.

Salim me explicó que había soñado varias veces en los últimos días que bailaba con un árbol que se convertía en mujer. Le conté la triste historia de Julanar, la mujer-árbol que había conocido en Shapeir, y Salim pareció volverse loco de alegría al descubrir que la mujer de su sueño existía. Compré dos píldoras contra los efectos de los venenos y me despedí del boticario.

En lo más alto de la ciudad, subiendo unas escaleras junto a las habitaciones del rey y del Consejo, estaba el templo de la diosa Sekhmet. Me acerqué al centro del la sala y fui detenido por una sacerdotisa que intentó expulsarme, ya que no estaba permitida la presencia de humanos, pero repentinamente la gigantesca estatua de Sekhmet cobró vida y comenzó a hablar: me dijo que debía enfrentarme a la oscuridad que se cernía sobre el destino de Tarna y que para poder revelar mi futuro debía volver al templo trayendo conmigo la Gema del Guardián.

Estaba oscureciendo y no quería llegar tarde a mi encuentro con Rakeesh en el Consejo, de forma que regresé a la posada y me dormí.

EN MISIÓN DE PAZ

Los miembros del Consejo, reunidos frente al rey Rajah, pensaban distinto sobre el conflicto. Hay quien opinaba que había sido un error enviar una misión de paz y que hubiera sido mejor no preocuparse por los problemas de los humanos, y que la desaparición de Reeshaka y la muerte de los demás miembros de la expedición exigía una venganza que sólo podía calmarse con la guerra. Kreesha opinaba que detrás de esta lucha se escondía la mano de un demonio, y Rakeesh comprometió su honor a traer la paz a la región. Rajah le concedió unos días para que resolviera el conflicto. Si a su vuelta la situación no había cambiado, Tarna iría a la guerra.

El poblado de los Simbani se encontraba a día y medio de camino, y una vez allí, después de saludar al Elder que vigilaba las puertas de la aldea, fuimos recibidos por nuestra amiga Uhura. Nos condujo a la tienda del Laibon, el jefe supremo de los Simbani, y en su presencia Rakeesh sugirió que el jefe de los Hombres-Leopardo y él deberían reunirse ante el Consejo de Tarna para resolver pacíficamente sus diferencias. Pero el Laibon explicó que los Hombres-Leopardo habían sido enemigos de los Simbani durante años, les acusaba de moverse sólo de noche y utilizar la magia contra sus guerreros, y dijo que habían robado la "Lanza de la Muerte", objeto sagrado para los Simbani. De nada sirvieron mis palabras para cambiar la opinión al Laibon. Finalizada la conversación, me reuní con Rakeesh y Uhura en la tienda de esta última.

Hablando con mis dos amigos, descubrí que la "Lanza de la Muerte" era el objeto que identificaba el poder del Laibon y que el jefe de los Simbani no hablaría de paz hasta que fuera devuelto. Después de asistir a una fiesta en nuestro honor por la noche, Rakeesh y yo fuimos conducidos a otra cabaña donde mi amigo me dijo que regresaría a Tarna a la mañana siguiente para estar con Rajah e impedir que declarara la guerra y para saber si Kreesha había averiguado algo nuevo sobre los demonios.

Rakeesh se extrañó ante el conflicto, ya que los Hombres-Leopardo vivían lejos del poblado Simbani, en una ciudad situada en la jungla a varios días de camino hacia el Este, y no tenían razones para atacarles. Además, las dos tribus no tenían intereses comunes: los Simbani eran pastores nómadas de la sabana y los Leopardos se movían de noche en la jungla y utilizaban la magia. Rakeesh me pidió que me quedara unos días en el poblado y opinó que localizar tanto la lanza robada como a su hija Reeshaka, que él creía aún con vida, serían las claves fundamentales del misterio.

EN EL POBLADO SIMBANI

Cuando me desperté a la mañana siguiente, Rakeesh no estaba en su cama y supuse que se había levantado temprano. Conocí a Yesufu, el hijo del Laibon, que me propuso jugar una partida de Awari y me dijo que un guerrero Simbani había sido encontrado muerto a las puertas de la aldea con el "Tambor de la Magia", un objeto muy querido por los Hombres-Leopardo que ahora estaba en la tienda del Laibon.

Dos localidades me llamaron la atención en el poblado de los Simbani. Una de ellas servía para entrenar a los guerreros Simbani en el manejo de la lanza, y con ayuda de Uhura comencé a practicar cogiendo una de las lanzas colocadas a mi izquierda y lanzándolas hacia la diana colocada al fondo. Mis primeros lanzamientos fueron desastrosos, pero con la práctica comencé a mejorarlos. Luego me acerqué a otra localidad, situada en el extremo derecho del poblado, en la que había una especie de puente de troncos. Después de deslizarme colgado de los troncos varias veces para ganar agilidad, descansé unos minutos y trepé por la cuerda colocada en el lado izquierdo del puente, momento en el que Uhura me explicó que en ese lugar se realizaba la última de las pruebas de iniciación a los jóvenes guerreros Simbani y que lo primero que debía aprender era a mantener el equilibrio sobre el puente. Intenté cruzarlo sin éxito, ya que mi falta de habilidad me hizo caer al suelo, pero lo intenté de nuevo hasta que, después de repetir el proceso muchas veces, conseguí cruzar el puente sin caerme. Uhura me felicitó, pero me dijo que sólo había aprendido lo más fácil, y ya que durante la prueba habría dos personas sobre el puente tenía que aprender a saltar y agacharme sobre los troncos sin caer, movimientos que serían imprescindibles para derrotar al oponente. Estuve practicando hasta que cayó la noche, momento en el que pude escuchar las historias del narrador de cuentos en el centro de la aldea, hasta que decidí charlar con Uhura e irme a dormir a mi cabaña.

Pasé los siguientes días en el poblado Simbani de una forma parecida al primero. Practiqué arrojando lanzas hasta que mejoré lo suficiente para que Uhura se ofreciera a competir conmigo y yo consiguiera igualar o mejorar sus lanzamientos. Algo parecido ocurrió en el puente de troncos, ya que una vez hube practicado lo suficiente los cuatro movimientos básicos, Uhura se ofreció a entrenarme en combate. Para vencer a un competidor sobre el puente de troncos debía responder al movimiento de mi adversario con el movimiento opuesto -saltar si él se agachaba, girar hacia la izquierda si él lo hacía hacia la derecha-. Después de vencer a Uhura tres veces, me sentí lo bastante hábil como para enfrentarme con las pruebas de iniciación.

Durante esos días tuve ocasión de charlar con el narrador de cuentos, reunirme con Uhura y Simba en su cabaña al anochecer, hablar de nuevo con Yesufu y ofrecer mi amistad mientras jugábamos al Awari -el joven me explicó que para ser admitido al rito de iniciación debía presentar al Laibon el cuerno de un dinosaurio como prueba de valentía- y entrar en la cabaña del Laibon y descubrir nuevos datos acerca de la lanza robada y el tambor de los Hombres-Leopardo.

PRIMEROS PASOS EN LA SABANA

Abandoné el poblado Simbani y me despedí del vigía. Al internarme en la sabana, me exponía a encontrarme con un monstruo. En estos casos, podía optar por la huida, por atacar al monstruo con las piedras, o bien por el combate ayudándome con la espada y el escudo. Derrotar a un monstruo incrementaría mi destreza y experiencia y me permitiría apoderarme de las pertenencias del enemigo muerto, pero me exponía a fuertes pérdidas de energía y habría ocasiones en las que sería preferible huir. En cualquier caso, tenía que luchar al menos con un dinosaurio para arrancarle el cuerno. Si la noche me sorprendía en campo abierto era recomendable encender un fuego con ayuda de la caja de yesca para mantener alejados a los monstruos.

Muy cerca del poblado, hacia el Sur, encontré un hermoso lago, el "Estanque de la Paz", del que me había hablado el boticario de Tarna. Llené las dos cantimploras de piel con agua del estanque y bebí para reponer mis fuerzas. Caminando hacia la derecha, me interné en la jungla. Sus monstruos eran más fuertes que los de la sabana, de forma que intenté evitar el combate con ellos, sabiendo que las mortales picaduras de las cobras voladoras podían ser anuladas con una píldora contra el veneno. En el Noroeste, alcancé el pie de un gigantesco árbol, es decir, la "Madre del Mundo". Subí por su tronco, siguiendo los caminos que lo surcaban, hasta cruzar la catarata y entrar en la cueva situada a su derecha. Luces parpadeantes se acercaron a mí, me rodearon y me cubrieron con una placentera sensación de serenidad. Me comuniqué con la extraña entidad y supe que era el Guardián que protegía la "Madre del Mundo". Saludé al Guardián y le pregunté por su Regalo y por sus Gemas, obteniendo como respuesta que tenía que depositar agua del Estanque de la Paz sobre una espiral situada en lo más alto del árbol. A continuación, dejó caer sobre el suelo varias de sus gemas, pero sólo cogí una y, después de abandonar el lugar, continué subiendo por el camino hasta alcanzar la parte más alta, el corazón de la "Madre del Mundo". Un lugar de ensueño se abría ante mis ojos, y me bastó con colocar una de las cantimploras llenas de agua sobre la espiral central para recibir uno de los frutos de un árbol de hojas púrpura, el "Regalo del Corazón".

Decidí regresar a Tarna con todos los objetos, aunque me acerqué al poblado Simbani donde el vigía me explicó que los guerreros de la tribu habían capturado un Hombre-Leopardo y lo habían encerrado en una jaula mágica. Cerca de Tarna, me dirigí hacia unas rocas situadas en dirección Sureste y llegué a un claro de la sabana en el que encontré enredaderas venenosas y unos animales voladores, los meerbats, posados sobre las rocas. Al salir de esa localidad y volver a entrar, observé que uno de los meerbats levantaba el vuelo y era atrapado por una de las enredaderas. Al intentar ayudarle corrí la misma suerte, pero conseguí que las plantas se retiraran bajo tierra atacando con la espada a la que me había atrapado por las piernas. El meerbat regresó a las rocas y permaneció inmóvil durante segundos, momento que aproveché para darle una de las píldoras contra el veneno para curarle de la picadura de las enredaderas y tomar otra yo mismo. El meerbat se introdujo en uno de los agujeros de las rocas, pero cuando salí a la sabana y regresé al claro, encontré su agradecimiento: un ópalo colocado en el centro de un círculo de piedras.

En un claro de la sabana encontré un pájaro de plumas multicolores: era el pájaro de la miel. Decidí seguirlo hasta que se posó sobre un árbol en el que había un enjambre de abejas. Dejé caer el tarro de miel sobre el suelo, me alejé durante unos segundos y, al regresar, encontré al pájaro sobre la miel derramada. Al acercarme a él lo hice huir, pero una de sus plumas se había quedado pegada sobre la miel.

DE NUEVO EN TARNA

Una vez en la ciudad, me dirigí a la tienda de Salim y le entregué la pluma del pájaro de la miel. Feliz por disponer del ingrediente que le faltaba para seguir produciendo píldoras curativas, me regaló las tres que le quedaban. A continuación, le di los tres objetos que necesitaba para hacer pociones contra los hechizos -agua del estanque, la fruta de la enredadera venenosa y el "Regalo del Corazón"-, pero me explicó que necesitaba algunos días para estudiar la forma correcta de elaborarlas y me rogó que volviera más tarde si quería comprar algunas.

Estaba paseando por el bazar y comprando provisiones, cuando el ladrón que había conocido al principio se acercó a mí en actitud temerosa. Me dijo que necesitaba mi ayuda ya que todos los habitantes de la ciudad se negaban a hablar con él después de que el Consejo le declarara una persona sin honor, de manera que accedí verle por la noche.

Regresé al templo de Sekhmet, donde la sacerdotisa de la gran diosa, viendo que tenía conmigo la Gema del Guardián, me ofreció un cáliz que me transportó a una dimensión desconocida donde, libre del peso de mi cuerpo, respondí a las preguntas que me hizo la diosa para conocer mi personalidad. Escogí tres objetos, contesté con sinceridad a las cuestiones y la diosa emitió su juicio. Me explicó que debía liberar la oscuridad que intentaban introducir los demonios y que para ello sería necesaria la colaboración de cinco personas pertenecientes a razas y culturas muy distintas de las que de momento sólo conocía a dos. Después de darme algunas vagas pistas sobre la naturaleza de mis aliados, el sueño se desvaneció y volví a despertar en mi habitación de la posada.

Me reuní con Kreesha y Rakeesh en la alcoba de su casa. Rakeesh me explicó que su hermano estaba decidido a llevar a Tarna a la guerra y que tenía noticias de un pastor Simbani que señalaban que el Laibon se disponía a atacar a los Hombres-Leopardo. Y Kreesha estaba segura de la presencia de un demonio detrás de estos acontecimientos y había llegado a la conclusión de que ese demonio estaba utilizándonos, y conduciendo a dos pueblos a una guerra de la que sólo él saldría beneficiado. Dediqué el resto del día en comprar una lanza y una daga al mercader de armas, y algunos collares y un abrigo en la zona sur del bazar.

Cenando en la posada, observé un asiento libre en una de las mesas y conversé con el único superviviente de la misión de paz. Ya por la noche, acudí a mi cita con Harami y, ante sus súplicas, accedí a darle algo de comida. Regresé a la posada a dormír. Salim el boticario ya había terminado de producir las pociones. Intenté comprarle una, pero, agradecido conmigo, me regaló las dos pociones que había elaborado.

PRUEBAS DE INICIACIÓN

Regresé al poblado Simbani y encontré a Uhura haciendo guardia en la jaula mágica. Al derramar una de las pociones de Salim sobre la criatura encerrada el hechizo que ocultaba su forma real se desvaneció, quedando al descubierto una bella mujer. Uhura señaló que muchos guerreros de la tribu querrían casarse con ella y que el Laibon fijaría el precio de la boda. Mientras tanto, la Mujer-Leopardo se negaba a contestar a mis preguntas y parecía ignorar tanto mi presencia como la de Uhura.

El Laibon ya había fijado el precio de la mujer: cinco pieles de cebra, una lanza y un abrigo, un precio muy alto porque su hijo Yesufu estaba interesado en ella y él no quería ver casado a su hijo con un miembro de la tribu enemiga. Añadió que sólo un guerrero Simbani podía hacer una proposición de boda, de manera que decidí entregarle el cuerno de dinosaurio para poder participar en el rito de iniciación y convertirme en un guerrero Simbani. Yesufu también había dado a su padre otro cuerno.

Este llegó antes que yo al lugar donde se celebraría la primera de las pruebas: hacer caer un anillo colgado de un árbol con ayuda de una lanza, y lo consiguió en sólo dos intentos. Logré superarle atando a la lanza una de las lianas del árbol. Otra vez Yesufu fue el más rápido en alcanzar la siguiente prueba, en la que debíamos alcanzar un nuevo anillo colocado en el centro de un círculo de espinos, y mientras Yesufu trataba de abrirse un camino entre ellos tuve la idea de empujar un tronco que me permitió alcanzar el anillo. Mientras corría hacia la aldea Yesufu quedó atrapado en una trampa y, en lugar de aprovechar la situación para llegar antes que él, decidí ayudarle.

Una vez en el poblado, nos enfrentamos en la prueba de las lanzas, arrojando tres contra una diana fija y otras tres contra una diana móvil y, finalmente, tuvimos que batirnos en el puente de troncos. En presencia de todos los habitantes de la aldea, el Laibon declaró que los dos aspirantes habían dejado de ser unos niños para convertirse en guerreros Simbani, y como premio obtuve el Tambor Mágico de los Hombres-Leopardo. Además, ahora que ya era un guerrero Simbani, podía entregar al Laibon los tres objetos que convertirían a la Mujer-Leopardo en mi esposa.

Cuando me acerqué a la jaula de la hermosa mujer, Uhura me dijo que la desconocida no estaba dispuesta a ser mi esposa y me recomendaba que siguiera la tradición del guerrero Simbani y le ofreciera tres regalos. Entregué a la Mujer-Leopardo los collares, la daga y la estatua de madera del Katta y después abrí la jaula. Libre, la joven saltó a la empalizada del poblado. Así, abandoné la aldea Simbani y salí en su búsqueda.

En la jungla, sentí que alguien me observaba, de forma que saludé a la invisible presencia y pronto tuve ante mí a la escurridiza Mujer-Leopardo. La joven dijo llamarse Johari y ser la hija del jefe de su tribu, y añadió que sería ella la que escogería a su esposo el día en que decidiera casarse. Le expliqué que mi deseo era traer la paz y que si me había ofrecido a casarme con ella era para poder acercarme a su pueblo. Johari se molestó ante mi desprecio, pero se ofreció a llevarme a su ciudad para dar el Tambor Mágico a su padre.

La ciudad estaba oculta en un claro de la jungla. Johari y yo llegamos antes del anochecer y fuimos testigos excepcionales del ritual de transformación de los Hombres-Leopardo. Johari me condujo al interior de la ciudad haciendo creer a los guardias que yo era su prisionero, y conseguí saludar al padre de Johari y entregarle el Tambor Mágico. Él me dio la "Lanza de la Muerte", con la que regresé al poblado Simbani como prueba de sus deseos de paz.

AVENTURA EN LA CIUDAD PERDIDA

Así, se celebró la conferencia de paz entre el Laibon de los Simbani y el jefe de los Hombres-Leopardo. Todo parecía ir bien cuando este último lanzó un conjuro mortal contra el Laibon. Segundos después, un guerrero Simbani hundió su lanza contra el agresor y Rakeesh y yo vimos cómo la presencia de un demonio abandonaba el cuerpo del jefe de los Hombres-Leopardo. Rajah estaba furioso ante la matanza, y Rakeesh me recomendó que escapara de Tarna y encontrara la Ciudad Perdida donde se reuniría conmigo.

Horas después de penetrar en la jungla, encontré un mono llamado Manu que me invitó a conocer su pueblo. Acepté, y mi nuevo amigo me condujo hasta un lugar cerca de la catarata donde se encontraba el árbol donde vivían sus compañeros -podía subir al árbol por mis propios medios si poseía la habilidad de trepar o en caso contrario pidiendo ayuda a Manu para que hiciera caer una escalera-.

En la copa del árbol, Manu me contó que al otro lado de la catarata, había una ciudad habitada por peligrosas criaturas a las que nunca se acercaban. Comprendí que era la Ciudad Perdida y le expliqué que necesitaba llegar a ella, pero el pequeño mono tenía pánico a ese lugar y tuve que insistir para que me mostrara un paso que sólo ellos conocían.

Los monos podían saltar la catarata, pero el paso era ancho para mí. Recogí lianas y le pedí a Manu que las atara al otro lado de la cascada para cruzar el abismo. Camino de la Ciudad Perdida, fuimos atacados por un demonio en forma de gusano del que escapé lo más rápido que pude. Al llegar a la Ciudad Perdida, mi amigo se negó a seguirme, pero me explicó que para entrar en lo más profundo de la ciudad debía encontrar una puerta con una figura humana y abrirla colocando en su ojo un objeto brillante. Encontré la puerta y conseguí abrirla colocando sobre el ojo de la imagen, una representación del dios Anubis, el ópalo que me había regalado el meerbat.

Estaba en una sala ocupada por dos monstruos que custodiaban una puerta. Tuve que luchar contra uno de ellos para tener el camino libre y, en la habitación que se encontraba detrás de la puerta, encontré una joven leontauro que no podía ser otra sino Reeshaka, la hija de Rakeesh. Cuando me explicaba que un demonio intentaba entrar en la Tierra por una Puerta Mágica en la azotea del edificio, un demonio se apoderó del cuerpo de Reeshaka y me retó a un combate en el que yo saldría siempre perdiendo, ya que si le atacaba estaría hiriendo a la hija de Rakeesh. Utilicé una de mis pociones contra los hechizos para liberar a la joven.

En ese momento se abrió un portal mágico en la habitación por el que entraron varios amigos míos: Uhura, Johari, Yesufu, Harami y Rakeesh, el cual recitó un conjuro de curación sobre su hija para devolverla a la vida. Rakeesh explicó que había que cerrar la puerta por la que podían entrar los demonios y que para ello debía cumplirse la profecía del templo de Sekhmet por la que cinco personas de muy diferentes lugares deberían luchar contra la oscuridad. Harami se negaba a luchar diciendo que no tenía nada que ver en asuntos de demonios, pero en ese instante el pequeño Manu apareció en la sala explicando que no permitiría ver a su amigo en peligro y que haría cualquier cosa para ayudarme. Yesufu me entregó la Lanza de la Muerte de los Simbani, Rakeesh despejó las rocas que tapaban la salida hacia la azotea y me dirigí a mi destino.

Manu, Johari, Yesufu, Reeshaka y yo, miembros de pueblos y razas diferentes, llegamos a una sala con cinco espejos en los que a los pocos segundos se formaron unas réplicas demoníacas de cada uno de nosotros. Mientras cada uno de nosotros luchaba contra su imagen oscura, Harami apareció en la sala y atacó a mi rival hundiendo un cuchillo en su espalda justo cuando iba ser vencido. Se ofreció a luchar con él en mi lugar y me dio dos píldoras que podrían ayudarme en el último y definitivo combate.

En lo alto del edificio, un hechicero hablaba con un poderoso demonio. Le explicaba que nadie sabía que era él el que estaba detrás de todos los acontecimientos que habían llevado a Tarna a la guerra y que ahora sólo era cuestión de esperar a que los guerreros de los diferentes pueblos de Tarna comenzaran a matarse, para que la energía liberada por las muertes permitiera abrir la puerta por la que el demonio podría volver a la Tierra. El orbe que alimentaba la puerta estaba debilitado después de la posesión del jefe de los Hombres-Leopardo, pero el hechicero se disponía a recargarlo otra vez.

Mi presencia fue descubierta y el hechicero me lanzó una gárgola. Después de luchar contra ella y convertirla en una estatua de piedra, tomé una píldora curativa para recuperar mi vitalidad y empujé la gárgola contra el suelo para que me sirviera de puente hasta el lugar donde se encontraban mis enemigos, pero el servidor del demonio lanzó un conjuro contra la gárgola para dotarla de nuevo de vida y hacer que me atrapara por las piernas.

Me encontraba inmóvil, cuando recordé la lanza de los Simbani y atravesé con ella al hechicero. El conjuro que mantenía viva a la gárgola se desvaneció con él y coloqué el escudo mágico que me había regalado el sultán de Shapeir sobre el orbe para sellar la puerta. Con ella desaparecían la posibilidad para que ese demonio pudiera volver a la hermosa tierra de Tarna, una tierra que podría vivir de nuevo en paz manteniendo el equilibrio entre los diferentes pueblos que la habitaban.

 

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