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Day of the tentacle

Esa misma noche alguien llamó a la puerta de la casa donde vivían Bernard, genio de los ordenadores, Hoagie, miembro de un grupo de rock duro, y Laverne, estudiante de medicina. El visitante resultó ser un hámster que traía un mensaje para Bernard de parte del Tentáculo Verde, un viejo amigo que había conocido hacía cinco años durante sus aventuras en Maniac Mansion. Le decía que su hermano el Tentáculo Púrpura se había transformado en un genio diabólico y que el doctor Fred los había capturado a los dos, encerrándolos en algún lugar de la casa mientras decidía cómo acabar con ellos. A Bernard no le costó demasiado esfuerzo convencer a sus amigos para que le acompañaran en su regreso a la casa de los Edison, la casa en la que viviera tantos peligros tiempo atrás.

La mansión de los Edison se había convertido en un motel anunciado por una gigantesca flecha y unas luces de colores chillones colocadas en el tejado. Una vez allí los tres amigos decidieron separarse y buscar a los tentáculos en diferentes partes de la casa. Fue Bernard quien dio rápidamente con ellos al abrir el reloj de péndulo y descubrir que en su interior había un pasadizo que conducía al laboratorio del doctor Fred. Los dos tentáculos, el verde y el púrpura, estaban atados a la máquina productora de cieno. Sin embargo, Bernard había olvidado que Púrpura era ahora un ser peligroso y desequilibrado. Una vez libre, el tentáculo loco escapó del laboratorio perseguido por su hermano y Bernard se dio cuenta de que había liberado a un monstruo.

El doctor Fred irrumpió en el laboratorio y le hizo ver a Bernard lo terrible de su error. Explicó que la única solución para evitar que el Tentáculo Púrpura acabara dominando el mundo era retroceder al día de ayer y apagar la máquina cienomática. De ese modo el día en el que los dos tentáculos paseaban cerca del río el agua estaría limpia y nunca se produciría la mutación que había convertido a Púrpura en un genio maléfico. Tenían que alterar el pasado para impedir la llegada del día del tentáculo.

Para conseguirlo el doctor Fred introdujo a los tres amigos en tres cápsulas llamadas cronoletrinas conectadas a su máquina del tiempo. Activó la palanca que ponía en marcha la máquina y aunque al principio todo parecía ir bien, súbitamente el diamante de imitación que el doctor había colocado en la máquina se rompió en mil pedazos y en ese mismo momento las cronoletrinas quedaron fuera de control. La de Hoagie fue lanzada doscientos años al pasado, la de Laverne doscientos años al futuro y la de Bernard regresó al mismo momento y lugar en el que fue lanzada.

Las cosas se habían complicado bastante para nuestros amigos. De momento debían olvidar su objetivo inicial y concentrar todos sus esfuerzos en conseguir que Hoagie y Laverne regresaran a su propia época. Para ello no solamente Bernard, desde el presente, tendría que conseguir un diamante nuevo (y esta vez a ser posible de verdad) sino que sus dos amigos deberían conseguir energía eléctrica para poner en marcha sus cronoletrinas. Laverne no tendría problemas para encontrar una fuente de energía en el futuro, pero su cronoletrina había caído sobre un árbol y ella había quedado atrapada en una rama. Y Hoagie, ¿cómo iba a encontrar un enchufe a finales del XVIII?

La solución la tenía el doctor Fred. Tenían que encontrar los planos de una superbatería que el propio doctor había inventado y hacérselos llegar a Hoagie. Una vez en el pasado Hoagie debería entregárselos a un antepasado del doctor Fred llamado Red Edison que probablemente sería capaz de construir la batería necesaria para enchufar la cronoletrina.

PRIMEROS PASOS

Los planos estaban en el mismo laboratorio, colocados sobre un panel cerca de la máquina cienomática. Bernard se los entregó al doctor Fred y éste los introdujo en el mecanismo multitemporal de la cronoletrina, un dispositivo sumamente parecido a un inodoro que era capaz de trasladar por el tiempo pequeños objetos inanimados. Después de explicarle a Hoagie lo que tenía que hacer con los planos, el doctor Fred y Bernard lo dejaron abandonado a su suerte en la época colonial con la única compañía de un abrelatas.

Hoagie se dirigió al interior de la casa y descubrió que la mansión del doctor Fred había sido una posada en la época colonial. Subió al ático y recogió un bote de pintura roja y regresó con él a las proximidades de la cronoletrina donde lo utilizó para pintar los frutos de un árbol de kunquats y darles así el color y la apariencia de las cerezas.

En el salón principal de la posada estaban reunidos los padres de la patria enfrascados en la tarea de redactar la constitución de Estados Unidos. De momento Hoagie concentró su atención en George Washington, el personaje de la derecha, y conduciendo hábilmente la conversación hacia el tema de los cerezos consiguió que Washington cogiera su hacha y cortara de un solo tajo el árbol de kunquats confundiéndolo con un cerezo. Cuatrocientos años más adelante el árbol en el que estaba atrapada la cronoletrina de Laverne dejó de existir y nuestra amiga cayó al suelo.

BERNARD SE PONE A TRABAJAR

Ahora que los tres amigos estaban libres era el momento de aclarar un poco las cosas. Era evidente que, en tres épocas muy distintas de la historia, la mansión de los Edison había sufrido importantes cambios pero había mantenido intactas sus características principales. Es decir, en las tres épocas la distribución de la casa en habitaciones era prácticamente la misma. En la planta baja estaba la recepción con el reloj de péndulo que conducía al laboratorio, un despacho, un salón, una cocina y una habitación. En el primer piso había tres habitaciones, en el segundo solamente dos y en el último un ático desde el cual se podía salir al tejado. El tejado estaba además comunicado con el salón de la planta baja mediante la chimenea.

Bernard decidió comenzar a investigar desde la recepción. Recogió un cartel en el que el doctor Fred solicitaba un ayudante, una hoja de publicidad de una ferretería y una moneda de diez céntimos olvidada en un teléfono público estropeado. En la cocina encontró un tenedor, una jarra de café y una jarra de café descafeinado, y la habitación situada junto a la cocina resultó ser una especie de lavandería donde encontró un embudo dentro de un armario. En la oficina Bernard empujó el retrato colgado en la pared para descubrir una caja fuerte cerrada, recogió el talonario de una cuenta corriente en un banco suizo y abrió un cajón del escritorio para encontrar en su interior una botellita con líquido corrector.

Entró en la primera habitación del primer piso y descubrió un gordo inmenso roncando sobre la cama. Encendió la televisión justo en el momento en el que se emitía un programa de compra por teléfono en el que se vendía un diamante de cuatro mil quilates por dos millones de dólares y, lamentando no tener dinero para comprarlo, encontró unas llaves olvidadas en la cerradura de la puerta. En la siguiente habitación Bernard conoció a un tipo llamado Dwayne que sufría una terrible depresión porque a nadie le gustaban los artículos de broma que había inventado. Nada podía hacer de momento por él, de forma que recogió un frasco con tinta volátil colocado en una mesilla cerca de la puerta.

La próxima puerta conducía al cuarto de los tentáculos. Verde explicó a Bernard que nada había podido hacer para convencer a Púrpura para que olvidara sus diabólicos planes. Bernard empujó una de las cajas acústicas del equipo de música sobre el suelo y encendió el interruptor del equipo. La demoledora música del grupo del Tentáculo Verde hizo vibrar el suelo de la habitación y acabó desprendiendo un extraño objeto que hasta entonces había permanecido adherido al techo de la recepción. Antes de salir de la habitación Bernard apagó de nuevo el equipo y recogió una cinta de vídeo colocada sobre uno de los estantes.

Nuestro amigo sabía que no era posible enviar animales a través de la cronoletrina, de manera que introdujo al hámster en la máquina de hielo del pasillo del primer piso confiando que, una vez congelado, pudiera sobrevivir hasta la época en la que estaba Laverne. En las habitaciones de la segunda planta Bernard tuvo el placer de encontrarse de nuevo con el resto de la familia Edison. Edna, la esposa de Fred, vigilaba desde sus monitores las habitaciones del motel y Ed, el más joven de los Edison, había olvidado su pasión por los artículos paramilitares y había encontrado la paz en su colección de sellos antiguos. Bernard recogió el hámster que poco antes había llegado a su casa con el mensaje y tuvo la retorcida idea de arrojar la tinta volátil sobre el álbum de sellos. Ed se enfureció tanto que, olvidando las nociones más elementales aprendidas en sus sesiones de psicoterapia, arrojó el álbum de sellos a la cara de nuestro amigo. Una vez repuesto del golpe Bernard recogió un sello desprendido y devolvió el álbum a su dueño cuando comprobó que la tinta ya había desaparecido.

Bernard subió hasta el tejado, cogió la manija del aparato utilizado para izar la bandera y bajó por la chimenea hasta el salón. Al pasar por la recepción recogió el objeto que se había desprendido del techo y que resultó ser un nuevo artículo de broma, una fiel reproducción de una mancha de vómito. Salió de la casa, descubrió a la momia del primo Ted convertida en soporte de un baño para pájaros y continuó hasta el aparcamiento donde un hombre enmascarado intentaba sin mucho éxito forzar el maletero de un coche abandonado. Bernard le dio las llaves encontradas en la habitación y el enmascarado le ofreció en agradecimiento la palanca con la que había intentado abrir el coche.

La palanca tenía una doble utilidad. Por un lado servía para arrancar del suelo de la recepción la moneda de diez céntimos pegada a un chicle y por otro para forzar la máquina de dulces del primer piso y conseguir así todas las monedas que había en su interior. Bernard metió una tras otra las dos monedas de diez céntimos en la máquina vibradora de la primera habitación y consiguió de ese modo que el gordo cayera de la cama y dejara libre un suéter mojado. Finalmente Bernard se dirigió a la lavandería, metió el suéter en la secadora e introdujo por la ranura todas las monedas sacadas de la máquina de dulces. La secadora se puso en marcha, pero Bernard había introducido tantas monedas que la máquina iba a tardar doscientos años en pararse.

HOAGIE REMUEVE EN EL PASADO

Por medio de la cronoletrina Bernard envió a Hoagie el folleto de publicidad, el cartel pidiendo empleado, el sello y el libro de texto. Con estos objetos en su poder Hoagie regresó a la mansión y se dispuso a investigarla en profundidad. Para empezar abrió el buzón y encontró en su interior una carta y se la envió a Bernard junto con la pintura roja a través de la cronoletrina.

Después de abrir el reloj de péndulo y bajar al laboratorio Hoagie tuvo el placer de conocer a Red Edison, antepasado del doctor Fred, inventor al igual que él y dueño de la posada en la que se estaba redactando la constitución norteamericana. Hoagie le entregó los planos y Red se mostró entusiasmado sobre la construcción de la superbatería, pero explicó a nuestro amigo que para fabricarla necesitaba varios ingredientes: aceite, vinagre y oro. También recogió uno de los más brillantes inventos de Red Edison, un martillo para zurdos, y le mostró el cartel solicitando empleado obteniendo de ese modo permiso para recoger la chaqueta colgada de la pared. En la cocina Hoagie encontró unos spaghetti y un frasco de aceite, el primero de los ingredientes de la batería. En la habitación contigua había un cubo y un cepillo guardado dentro de un armario, y con todos estos objetos en su poder regresó a la cocina y llenó el cubo utilizando la bomba de agua.

La primera habitación del piso superior era el dormitorio del George Washington. Hoagie deshizo la cama y utilizó el cordón para llamar a una criada, aprovechando el momento en el que ella trabajaba limpiando la habitación para salir al pasillo y robarle una pastilla de jabón guardada en su carrito. En la siguiente habitación una joven llamada Betsy Ross se encargaba de tejer con su máquina de coser los prototipos de bandera norteamericana que se les iban ocurriendo a los caprichosos padres de la patria y la siguiente era el dormitorio del famoso Benjamin Franklin, donde Hoagie encontró una botella de vino.

En el segundo piso nuestro amigo descubrió a un curioso caballo hablador que no resistió el aburrido rollo del libro de texto y acabó quedándose dormido después de dejar su dentadura postiza en un vaso. Hoagie recogió los dientes y, en la habitación contigua, conoció a los hermanos gemelos Ned y Jed, los hijos de Red Edison. Mientras uno de ellos posaba perfectamente inmóvil el otro utilizaba el martillo y el cincel para esculpir una estatua de su hermano, y a Hoagie se le ocurrió la diabólica idea de intercambiar el martillo del escultor por el martillo para zurdos encontrado en el laboratorio.

Desconcertado ante el nuevo martillo el gemelo que esculpía la estatua pareció perder completamente la inspiración y su hermano sugirió que intercambiaran sus papeles. Como consecuencia, doscientos años más adelante la estatua que decoraba la habitación de Edna sufrió un pequeño cambio casi imperceptible: la mano que sujetaba la espada ya no era la izquierda sino la derecha.

De nuevo en el ático, donde al comienzo de la aventura había encontrado el bote de pintura roja, Hoagie se fijó en un gato que jugaba con un ratón de juguete. Se sentó en la cama más cercana al gato y descubrió que su colchón chirriaba, de modo que trasladó el colchón a la otra cama y se volvió a sentar. Atraído por los ruidos producidos por el colchón el gato se acercó a la cama y dio a Hoagie tiempo suficiente para arrebatarle el ratón de juguete.

Hoagie salió por un momento de la posada, echó el jabón en el cubo de agua y finalmente utilizó el cepillo mojado en agua enjabonada para lavar el coche de caballos abandonado en el exterior. Como todos sabemos basta con haber decidido lavar el coche para que llueva, y a los pocos segundos unas nubes de tormenta oscurecieron el cielo obligando a Benjamin Franklin a interrumpir los experimentos con su cometa para regresar a su habitación.

EL DOCTOR FRED SE HACE RICO

Bernard regresó a la habitación de la enfermera Edna y averiguó que su marido el doctor Fred tenía problemas de sonambulismo y que había dejado en una difícil situación económica a la familia al no haber entregado firmado el contrato sobre el videojuego que habían protagonizado cinco años antes. Ahora que ya sabía lo que necesitaba, Bernard aprovechó que la nueva forma de la estatua no permitiría a Edna agarrarse a ella y empujó a la odiosa enfermera, la cual salió disparada de la habitación sobre su silla deslizante.

A continuación Bernard regresó al laboratorio y llenó la taza del doctor Fred con café descafeinado. El doctor cayó inmediatamente en trance de sonámbulo y se dirigió a su despacho donde comenzó a abrir y cerrar la caja fuerte. Bernard volvió al cuarto de los monitores, introdujo la cinta en el vídeo y consiguió grabar la escena en la que el doctor Fred abría la caja fuerte y era detenido por dos inspectores de hacienda que venían a estudiar sus cuentas. El doctor Fred abría la caja fuerte tan rápidamente que Bernard no pudo anotar la combinación, pero se le ocurrió la idea de rebobinar el vídeo y reproducirlo de nuevo a velocidad lenta y de ese modo pudo ver con todo detalle las tres cifras que componían la combinación. Sin perder un momento Bernard bajó al despacho vacío, abrió la caja fuerte y sacó de su interior el contrato.

El doctor Fred parecía permanecer aún inconsciente y había sido conducido por los agentes de hacienda al ático de la casa donde lo habían atado a una cama mientras los agentes hacían sus aburridas cuentas en la habitación contigua. Bernard no podía llegar al ático por las escaleras pero sí por la chimenea, y lo primero que hizo fue quitar al doctor Fred la soga que lo ataba a la cama. Luego colocó la soga en la polea del tejado y ató uno de los extremos a la momia del primo Ted. Tirando firmemente de la soga desde el tejado consiguió izar la momia e introducirla en el ático donde la pintó de rojo, y consiguió colocarla sobre la cama en lugar del doctor Fred para que los agentes de hacienda no sospecharan. Luego ató la soga al doctor, salió al tejado y volvió a tirar de ella para sacar al doctor de su cautiverio.

El doctor seguía sin reaccionar, de modo que Bernard lo condujo al laboratorio y allí consiguió despertarle haciendo que bebiera café a través del embudo. Una vez despierto el doctor parecía negarse a firmar el contrato, pero Bernard consiguió engañarle haciendo creer que necesitaba su firma para un certificado médico. El contrato ya firmado fue enviado al pasado, donde Hoagie le pegó un sello y lo introdujo en el buzón del correo a caballo. De ese modo doscientos años más adelante un directivo de LucasArts descubrió el contrato firmado entre unos viejos papeles y llamó por teléfono al doctor Fred para decirle que le debían dos millones de dólares en concepto de derechos que ya habían sido ingresados en su cuenta de banco en Suiza. Éste era el momento para utilizar cualquiera de los teléfonos de la mansión y comprar por correo el diamante de cuatro mil quilates del que habían hablado en el programa de televisión. El paquete llegó a la mansión a los pocos segundos y el doctor Fred colocó inmediatamente el gigantesco diamante en la máquina del tiempo.

Bernard tenía aún cosas que hacer en su propio tiempo antes de ceder el control a sus amigos. Regresó a la habitación de Dwayne y le entregó la carta que Hoagie había encontrado en el buzón de la posada. El fabricante fracasado recuperó la sonrisa leyendo los halagos escritos en la carta y abandonó a toda velocidad la habitación. Ahora que la cadena de la puerta no le impedía entrar en la sala Bernard no tuvo problemas para recoger un curioso juguete colocado cerca de la cama, una pistola que disparaba una bandera.

En el salón de la casa Bernard conoció a un curioso personaje que le explicó que la noche pasada se había celebrado allí una ruidosa fiesta para los miembros de la convención de vendedores de juegos y chucherías. Bernard consiguió distraerle y cambiar la pistola de juguete por un encendedor de cigarros en forma de pistola que había sobre una mesa. A continuación habló con él y aceptó uno de los cigarros que le ofrecía, pero cuando el bromista intentó encender el cigarro con la pistola lo que cogió fue la de juguete. El hombre se enfadó mucho con Bernard al ver que alguien le había estropeado la broma pero para entonces nuestro amigo ya tenía en su poder un cigarro explosivo que probablemente sería muy útil.

Antes de abandonar el salón Bernard abrió la reja del aire acondicionado y se acercó a un curioso artículo de broma colocado sobre un expositor en la parte derecha de la sala, unos dientes postizos que castañeaban solos. Bernard consiguió conducirlos hábilmente a través del salón para que cayeran en el hueco de la rejilla, donde pudo atraparlos cómodamente.

PROBLEMAS CON LOS PADRES DE LA PATRIA

Hoagie recibió varios objetos enviados por Bernard: el encendedor en forma de pistola, el cigarro explosivo y la dentadura que castañea. Con todos estos objetos y otros que había obtenido anteriormente se dirigió al salón donde estaban reunidos los tres padres de la patria: John Hancock, Thomas Jefferson y George Washington.

En primer lugar Hoagie entregó el vino a Thomas Jefferson para que lo introdujera en su cápsula del tiempo. Luego introdujo en el buzón de sugerencias la hoja de publicidad de la ferretería consiguiendo así que el lema "Todo americano debería tener una aspiradora en el sótano" quedara recogido en la constitución. También ofreció el cigarro explosivo a George Washington y le ayudó a encenderlo con ayudar de la pistola, pero la explosión del cigarro destruyó su dentadura postiza de madera y Hoagie aprovechó la ocasión para ofrecerle los dientes que castañeteaban. John Hancock se fijó en que el presidente indudablemente debía tener mucho frío viendo la forma en la que le castañeteaban los dientes y consiguió que Thomas Jefferson cediera su leño para encender un fuego en la chimenea.

Hoagie recogió la manta de Hancock y con ella subió al tejado y tapó la salida de la chimenea. El sofisticado detector de humo instalado en el salón (un canario en una jaula y una campanilla) se puso automáticamente en marcha y los valerosos padres de la patria, aterrorizados ante el fuego, se lanzaron por la ventana. Era el momento que necesitaba Hoagie para entrar de nuevo en la habitación vacía y recoger la pluma chapada en oro de su tintero.

EL FUTURO ESTÁ EN MANOS DE LOS TENTÁCULOS

Laverne había sido hecha prisionera y trasladada a una extraña celda. Allí un tentáculo púrpura que trabajaba como guardián le hizo comprender que las cosas habían cambiado mucho en los últimos doscientos años, ya que los tentáculos dominaban el mundo y utilizaban a los humanos como mascotas. Precisamente en la casa en la que ahora se encontraban se iba a realizar un concurso en el que varios humanos eran matriculados por sus dueños tentáculos para que demostraran sus habilidades.

Laverne conoció en la celda a tres humanos prisioneros. Se trataba del doctor Zed Edison, su esposa Zedna y su hijo, que jugaban a las cartas sabiendo que un campo de energía cerraba su salida hacia la libertad. Laverne consiguió permiso del guardián para ir a hacer sus necesidades, momento que aprovechó para acercarse a su cronoletrina e intercambiar varios objetos con sus amigos. Laverne entregó a Bernard un escalpelo mientras que Bernard le mandaba el vómito simulado, el tenedor, la manija y la botellita de líquido corrector. Por su parte Hoagie hizo llegar a Laverne la dentadura del caballo, los spaghetti, el ratoncito de juguete y el abrelatas. Bernard utilizó el escalpelo para pinchar el muñeco de goma con forma de payaso que había en el salón y encontró en su interior una caja de risas que envió a Laverne.

Laverne tuvo que regresar a la perrera, pero consiguió convencer al guardián de que no se encontraba bien y fue conducida a la consulta del doctor, el cual no encontró en ella nada extraño y la dejó sola en la consulta. Laverne recogió un diagrama colocado sobre una de las paredes donde habían sido dibujadas las proporciones de los tentáculos y decidió explorar el resto de la casa. En el vestíbulo había tres estúpidos humanos que esperaban a que llegara la hora del concurso y un tentáculo cazador que atraparía a Laverne si intentaba salir de la casa, abrir el reloj de péndulo o subir por las escaleras, de forma que nuestra amiga se dirigió a la lavandería donde la secadora se había parado por fin. Después de doscientos años dando vueltas el suéter estaba completamente seco pero también reducido al tamaño de una muñeca.

Laverne utilizó la chimenea para subir al tejado. Allí colocó la manija junto al asta de la bandera y la utilizó para hacer bajar la bandera americana que ondeaba al viento. Bajó de nuevo a la planta baja y se dejó atrapar, pero una vez de vuelta a la perrera pidió de nuevo permiso para ir al servicio. Junto a la cronoletrina Laverne hizo llegar a Hoagie el diagrama encontrado en la consulta del doctor Tentáculo, el cual lo colocó sobre los patrones en la habitación de Betsy Ross. La chica creyó que se trataba del último y definitivo diseño de la bandera norteamericana y se puso inmediatamente a tejer. Como consecuencia, cuatrocientos años más adelante la bandera norteamericana que Laverne había cogido en el tejado se había convertido en un disfraz de tentáculo. Nuestra amiga se puso inmediatamente el disfraz ya que ahora, con su nueva apariencia, podría caminar libremente por toda la mansión sin ser detenida.

En el jardín de la casa Laverne descubrió un gato que se rascaba con la cerca y huía cada vez que ella intentaba aproximarse. Utilizó el líquido corrector sobre la cerca, volvió a alejarse y esperó a que el gato apareciera de nuevo. Al frotarse con la cerca pintada el gato quedó marcado con una línea blanca sobre su lomo que le hacía parecer una mofeta, y el pobre animal aterrorizado corrió como una flecha hacia el tejadillo de la mansión, donde Laverne consiguió atraerle y atraparle mostrándole el ratón de juguete.

Irreconocible con su nuevo disfraz, Laverne habló con el tentáculo azul de la habitación de la chimenea y le explicó que quería matricular un humano de su propiedad en el espectáculo, obteniendo sin problemas una etiqueta de identificación.

EL CONCURSO DE HUMANOS

Ahora que podía investigar el primer piso a sus anchas Laverne abrió la máquina de hacer hielo y sacó de su interior el hámster congelado. En la primera habitación abrió la cápsula del tiempo con el abrelatas y sacó de su interior la botella de vino que, en cuatrocientos años, se había convertido en vinagre. En la tercera habitación Laverne se llevó una gran sorpresa al encontrarse con el malvado Tentáculo Púrpura, al que los doscientos años le habían otorgado una larga barba blanca, que feliz por haber cumplido sus planes de dominar el mundo, había inventado un rayo reductor que pensaba utilizar con los humanos.

La momia del primo Ted se encontraba en la siguiente habitación, y allí Laverne recogió unos patines y un cable de extensión eléctrica. Nuestra amiga le puso los patines a la momia y la empujó para que llegara hasta la planta baja y se colocara con el resto de los humanos del espectáculo. Laverne bajó rápidamente y se encontró con que habían sentado a la momia junto a los demás humanos, de manera que le colocó la etiqueta y el tentáculo cazador condujo a todos los humanos a la planta superior, donde estaba reunido el jurado que debía valorar el mejor cabello, la mejor sonrisa y la mejor risa.

Laverne decidió hacer algunas mejoras en la momia para ganar el favor de los jueces. Le colocó la caja de risas en el bolsillo, le puso la dentadura del caballo, le colocó los spaghetti mojados en la cabeza a modo de peluca y les dio forma con ayuda del tenedor. También se deshizo del estúpido humano del tutú colocando a su lado el vómito simulado y haciendo creer al doctor que estaba enfermo y por tanto no era válido para la competición. Los jueces decidieron que la momia vencía a sus competidores en los tres apartados del concurso y entregaron a Laverne un trofeo y una invitación para una cena íntima para dos en el "Club Tentáculo".

Laverne regresó a la perrera y entregó la invitación al guardián, el cual salió corriendo olvidando sus obligaciones. Nuestra amiga pulsó el interruptor que controlaba el campo de fuerza, pero no consiguió convencer a los Edison para que escaparan ya que tenían miedo del tentáculo cazador de humanos que vigilaba en la recepción. Pero Laverne consiguió aterrorizar a los Edison mostrándoles el gato con apariencia de mofeta y los tres salieron corriendo en direcciones opuestas, obligando al tentáculo cazador a salir tras ellos para intentar atraparles. Sin la presencia del tentáculo cazador nadie impedía a Laverne abrir el reloj y entrar en el laboratorio. Pero antes nuestra amiga descongeló al hámster en el microondas y le puso el suéter para que se mantuviera calentito. También volvió a las proximidades de la cronoletrina, conectó el cable de extensión eléctrica al enchufe y finalmente hizo pasar el cable por la ventana que daba al laboratorio.

Por fin en el laboratorio Laverne intentó colocar al hámster sobre el generador, pero un dispositivo anti-ladrones la lanzó contra la pared opuesta y provocó el pánico del hámster, que se ocultó en un pequeño agujero de ratones. Pero la constitución de Estados Unidos exigía que en todos los hogares norteamericanos hubiera una aspiradora en el sótano, de modo que Laverne no tuvo dificultades para recuperar el hámster y colocarlo en el generador. El simpático animalito comenzó a correr y puso en marcha la máquina, momento que Laverne aprovechó para enchufar el cable al generador y comunicar energía a su cronoletrina. Laverne ya había cumplido su misión y lo único que le quedaba por hacer era entregar la botella de vinagre a Hoagie y esperar a que su amigo solucionara sus problemas en el pasado.

CON AYUDA DE UNA COMETA

Hoagie entregó a Red Edison los tres ingredientes necesarios para la construcción de la superbatería: el aceite, el vinagre y el oro contenido en la pluma. Con la batería en su poder subió a la habitación de Benjamin Franklin y le entregó la chaqueta de laboratorio. Con ayuda de unas tijeras Franklin cortó la chaqueta para construir una nueva cometa más ligera y resistente a las tormentas que la anterior.

Franklin y Hoagie salieron al exterior y allí el genio pidió a nuestro amigo que lanzara la cometa al aire al oír su señal. Hoagie siguió fielmente las instrucciones, pero antes de lanzar la cometa metió en un bolsillo colocado en el centro de la misma la batería construida por Red Edison. Un rayo cayó sobre la cometa y la hizo caer al suelo, pero al mismo tiempo consiguió cargar completamente la batería. Hoagie conectó rápidamente la batería a su cronoletrina y, ahora que ambas máquinas estaban plenamente operativas, el doctor Fred pudo poner en marcha la máquina del tiempo y traer de nuevo a los dos amigos a su verdadera época.

Todo había vuelto a la normalidad y ya nada les impedía retroceder un día en el tiempo para poner en marcha sus planes originales. Pero el Tentáculo Púrpura irrumpió repentinamente en el laboratorio y, antes de que nadie pudiera detenerle, se introdujo en una de las cronoletrinas. Su hermano el Tentáculo Verde hizo lo mismo con otra máquina y nuestros tres amigos decidieron entrar en la única que quedaba. Cuando llegaron al día anterior Hoagie, Bernard y Laverne se dieron cuenta de que la cronoletrina no estaba preparada para trasladar por el tiempo a más de una persona, y como consecuencia los tres se habían unido en un único y horrible ser de tres cabezas.

Lo primero que vieron fue a Verde atado y amordazado frente a la casa y a continuación recibieron la desafiante visita de Púrpura, que había estado utilizando la cronoletrina para traer desde el futuro a cientos de versiones suyas que formaban ahora un verdadero ejército de tentáculos, entre los cuales estaba la versión de dentro de doscientos años, el malvado tentáculo barbudo que había inventado el rayo reductor de humanos. Perseguidos por el viejo tentáculo nuestros amigos entraron en la casa pero recibieron el impacto del rayo y quedaron reducidos al tamaño de un ratoncito. Afortunadamente comprobaron que los efectos del rayo eran sólo temporales y, perseguidos por su enemigo, corrieron hacia el piso superior donde se escondieron en la primera habitación.

Al intentar abrir la puerta de la segunda habitación nuestros amigos fueron nuevamente alcanzados por el rayo disminuidor pero consiguieron entrar finalmente en el cuarto. Utilizaron el agujero de ratones para llegar a la habitación contigua y allí, después de recuperar su tamaño normal, recogieron la bola de boliche colocada sobre una mesa.

Al salir de nuevo al pasillo vieron que Púrpura había desaparecido, y decidieron aprovechar la situación para bajar rápidamente al laboratorio. Allí encontraron diez tentáculos protegiendo el cienomático y al doctor Fred atado boca abajo a su propia máquina, pero utilizaron la bola de boliche para acabar con los tentáculos y despejar el camino hacia la máquina. Acababan de desactivar la fatídica palanca cuando la versión del futuro del Tentáculo Púrpura volvió a aparecer ante ellos disparando su diabólica arma. Púrpura volvió a encender el cienomático, pero nuestros amigos consiguieron engañarle conduciendo la conversación con habilidad hasta sugerirle que disparara su rayo contra el doctor Fred ya que él era su creador y el causante de todos sus males. Pero el rayo de Púrpura rebotó en el espejo del doctor y se volvió contra él, y nuestros amigos aprovecharon la situación para aplastarle de un pisotón, meterlo en un sobre y mandarlo a Siberia. Finalmente apagaron la maldita máquina y, como por arte de magia, todas las proyecciones futuras del tentáculo púrpura desaparecieron como si nunca hubieran existido.

 

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