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Dreamweb

En tiempos muy lejanos, cuenta la leyenda de la mitología griega, el mundo era gobernado desde el Olimpo por los Dioses. Pero he aquí que en una ocasión confiaron el destino de la humanidad a un simple mortal, En el futuro, cuenta la leyenda de la mitología Dreamweb, el mundo será gonernado por los siete guardianes del Templo de la Tela de Sueños. Y de nuevo un hombre será el encargado de salvar a la Tierra de su oscuro destino. Su nombre: Ryan. Su misión: destruir los siete poderes del mal. ¿Cómo...? Tal y como aquí se relata.

Siempre me preguntaré por qué fui yo el elegido. Fue sin duda una lotería..., nunca tuve demasiada suerte. Sea como fuere, y milagrosamente -el bien también tiene poder-, se podría decir que todo salió bien y ahora estáis leyendo estas líneas gracias a mi, aunque yo ya no pertenezco a vuestro mundo, como sería mi deseo. Un aviso: el contenido de este relato puede herir la sensibilidad del lector.

Una vez aclarado que mi aventura no fue nada agradable, sino más bien oscura, gótica y llena de maldad y engaño, allá voy. Fue durante el profundo sueño que acontece tras una noche de placer, cuando me revelaron que mi existencia iba a dar un giro de 180 grados. El Sirviente Superior de la tela de Sueños me comunicó que era el elegido, y que en mí se había plantado la semilla. Antes de que pudiera reaccionar, dándome un par de tortas para despertarme, algo se adueñó y penetró en mi nublada mente. De repente, lo supe todo. Todos los conocimientos acerca de mi misión aparecían ahora claros y cristalinos. Existían siete guardianes del bien, y en contraposición, siete poderes del mal, que se habían adueñado de las personalidades de siete importantes seres humanos de nuestra sociedad para obrar el mal y apoderarse de la fuente del dominio y conocimiento supremo, la Tela de Sueños. Debía impedirlo matándolos uno a uno. Ya no eran seres modelos, eran seres despreciables. Eran entidades sin alma regidas por lo maligno.

Antes de despertarme, el sumo servidor me comunicó que él sería el más débil, un tal Crane, que además estaba muy cerca. Así pues, los personajes a eliminar irían subiendo en dificultad. Me desperté mientras sus últimas palabras hacían vibrar las membranas de mis tímpanos: "busca un arma". Y con esta firme convicción me levanté de la empapada cama. Nunca me había sentido tan bien, estaba en plena forma. La humedad y el calor hacían de la atmósfera algo insoportable. Dejé a mi novia, Eden, durmiendo y agarré mi vieja y descolorida cartera de encima de la mesa. Me dirigí hacia la derecha, y en la cocina examiné el microondas. Lo abrí, y cogí una extraña llave de su esmaltado interior. Salí del apartamento y entré en el ascensor. Pulsando en el panel de mandos, "el artefacto más amigo de las piernas del hombre" arrancó con un lastimero crujido y descendí hasta el garaje. Lo primero que hice fue echarle un vistazo al coche de Eden. No arrancaba y ella misma lo había estado arreglando. Siempre había sido una chica lista. Me hice con el destornillador que había dejado encima del motor y con la llave inglesa de la tabla de herramientas. Desde el garaje salí al exterior.

LA URBE

La lluvia golpeaba con fuerza el sucio y vetusto pavimento. Caminé hacia la izquierda y en la pantalla de viaje seleccioné mi apartamento como destino. Tras salir del ascensor del lamentable edificio en el que estaba mi casa, crucé el vestíbulo y abrí la puerta de mi casa, la de la izquierda, tecleando en el panel de control mi número personal, el 5106. De mi desordenado dormitorio me llevé el cuchillo que había encima de mi cama. Cogí el cartucho rojo de red situado al lado de la computadora y lo metí en el interface del ordenador. Luego usé la pantalla de red y, una vez que el ordenador se inicializó, teclee la siguiente secuencia: LIST, LOGON RYAN, BLACKDRAGON, LIST, LIST CARTUCHO y READ PRIVADO, con lo que surgieron los pixels de los números de mi amigo Louis y de Den. Los anoté. Para salir del ordenador, sólo tuve que pulsar EXIT.

Volví al ascensor y en la pantalla de viajes, elegí el apartamento de Louis. Nada más subir las rojizas escaleras de su ruinoso edificio, alguien me lanzó una descarga eléctrica con una especie de látigo. Cuando regresé a la consciencia, tirado en el mojado suelo de la calle, me di cuenta de que me habían robado las zapatillas deportivas. Lógico, eran de marca. Entré rápidamente y fui por el pasillo orientado hacia el sur. Como casi todas las construcciones de esta asquerosa ciudad, el de Louis era muy antiguo y su conservación era más que deficiente. La suciedad lo corrompía todo. Una vez ante la puerta de su apartamento, teclee su número, el 5238 y entré. Louis se había quedado dormido sobre la taza del retrete, como siempre, se le había ido la mano con la cantidad de droga mental-interactiva que se habría metido en el sistema nervioso. Le desperté y averigüé que un hombre llamado Silvermann, dueño de una sala de billar, me podría proporcionar una pistola. Examiné la unidad situada al lado de los restos de comida que había encima de la mesa, la abrí y cogí la tarjeta roja, con la que podría acceder a la sala de billar. Antes de irme, y como ya no sentía ni mis propios pies, me calcé las zapatillas que encontré en el baño de Louis. Se había vuelto a dormir. Mientras me iba, le deseé suerte, allá donde quiera que estuviera su mente en ese momento.

Como no quería que la desagradable experiencia del robo volviera a repetirse tome la determinación de guardar la tarjeta en mi cartera. De vuelta a las desangeladas calles de la metrópolis, decidí ir a mi lugar de trabajo: el bar de Sparky. Al entrar, hablé con mi jefe, Sparky. Tuvimos una charla sobre mis problemas en el trabajo y decidió darme un par de semanas de vacaciones y adelantarme la paga. Pasé mi verde tarjeta de banco por su cajero y mi cuenta por fin tenía capital. Como los tipos de ese antro no eran muy de fiar, volví a meterla en mi cartera. Inicié una conversación amistosa con el grandullón que había sentado a mi derecha y así supe que la que habría de ser mi primera víctima, el cantante David Crane, se alojaba en el hotel Regency.

Como no podía aguantar más el etílico olor del lugar, salí del bar y me dirigí a la sala de billar. Para poder entrar metí la tarjeta de socio por el lector que había a la derecha del ascensor, pero antes tuve que hablar con el conserje. Bajé hasta la sala de billar, en el sótano. Diciéndole que era amigo de Louis, hablé con el camarero, que me reveló que el número de la cerradura del despacho de Silvermann era el 5222. Apresuradamente, fui hacia la izquierda, atravesé la sala de billar y abrí la puerta del despacho del jefe de aquel tinglado. Silvermann estaba sentado sobre una silla tan grande como su enorme corpachón y estaba fumándose un puro de la talla siete. Le dije lo que buscaba, una pistola sencilla de manejar, y él me ofreció una auténtica joya: un láser de plasma, con mira computerizada. Casi disparaba sola, apoyada en un brazo ejecutor, el mío. Pagué el precio con mi tarjeta y cogí con cierto temblor la pistola que Silvermann había sacado del cajón para depositarla sobre la mesa.

DAVID CRANE

Abandoné velozmente la sala de billar. El tiempo apremiaba. Los siete poderes del mal seguían avanzando. Así pues, me dirigí al hotel Regency, con la firme decisión de cargarme a la gran estrella del rock, David Crane. En el vestíbulo hablé con la oronda recepcionista, que me ofreció una suite situada justo debajo de la de Crane. No me lo pensé dos veces, y aunque me costó 830 pavos, con lo que mis finanzas quedaron casi a cero, decidí alquilar la suite, pues no quería levantar sospechas. Tras pagar con mi tarjeta, recogí la llave electrónica del mostrador. Subí en el ascensor, y llegué hasta mi piso. Al salir, me dirigí hacia la izquierda. En el final del pasillo había una boca de incendios empotrada en las elegantes paredes tapizadas. La abrí y cogí el hacha. Regresé al ascensor y utilicé los controles de su interior con el cuchillo, con lo que destrocé el panel y pude acceder al cable de transmisión. Lo corté de nuevo con el cuchillo, con lo que el ascensor quedo inutilizable. Examiné una manilla gris que había en la parte superior derecha del ascensor, tras el pasamanos. La accioné y se abrió una trampilla en el techo del elevador. Sacando fuerzas de mis tensos brazos subí encima del ascensor por ella. Pude abrir la puertas del piso superior con el hacha. Nada más acceder a la suite del ático, dos guardias se abalanzaron sobre mí. Con sangre fría, utilicé primero el hacha que llevaba bien agarrada. El agua de la piscina quedo teñida de rojo. Inmediatamente, disparé la pistola y el segundo guardaespaldas retrocedió antes de caer fulminado.

Fui hacia la izquierda, atravesé la sala del televisor y entré en la habitación. Dejé que la hermosa mujer que estaba sobre Crane se fuera y respondí a la horrible mirada de desesperación que éste me lanzó con un disparo de la pistola. Una vez que la bala hizo su trabajo, algo salió del cuerpo inerte del desdichado cantante, un resplandor azul inundó la habitación y se introdujo en mi ser. Sentí como moría y como volvía a nacer y aparecí en el templo de La Tela de Sueños. Hablé con la impresionante figura que se erguía ante mí, el guardián supremo, Monk. Me transmitió, mentalmente, que la fuerza maligna que había poseído a Crane estaba siendo absorbida por la Tela de Sueños, pero que los demás seguían creciendo. El siguiente personaje al que debía ejecutar era el general Sterling. Caminé por el largo corredor sur y al llegar a una gran sala abovedada con extraños motivos artísticos, decidí ir hacia la derecha. Abrí la primera puerta y accedí a una gran estancia. Utilicé el pedestal con la llave que había recogido del microondas de Eden. El suelo explotó bajo mis pies y estuve cayendo durante un tiempo que me pareció una eternidad. La lluvia me despertó en un oscuro y hediondo callejón. Regresé a mi casa. Una vez en mi habitación, volví a utilizar la red y teclee: LIST NEWSNET, READ ESPECIALTV. Averigüé que el general Sterling, que dirigía la mayor fuerza armada del planeta, iba a acudir esa misma noche a una entrevista en el Canal 6.

EL GENERAL STERLING

Me fui hacia los estudios de televisión. Al llegar, tuve que rodar los gigantescos platós, y cuando vi un extraño símbolo pintado en la calzada, decidí caminar hacia la izquierda hasta que llegué a una barrera. Como el guardia de seguridad no parecía dispuesto a dejarme entrar, tuve que presentarle a mi fiel pistola. Accionando los mandos de apertura entre en los estudios, cogí un folleto de la mesa de recepción y luego la tarjeta de acceso que estaba debajo. Caminado hacia la izquierda, abrí la pequeña puerta situada en la pared sur gracias a la tarjeta. Era el almacén. Examiné la caja de fusibles y la utilicé con el destornillador. Así fue como pude romper la cerradura y coger un diminuto fusible de su interior. Tras salir del cuarto trastero, fui hacia la derecha y por una puerta que había al norte llegué hasta unas escaleras. Las subí y accedí al entramado del techo del estudio en el que estaba siendo entrevistado el general Sterling. Abrí los controles de una de las grúas y sustituí en fusible verde por el marrón que ya tenía. tras esta operación, pulsé los controles y la grúa que transportaba una enorme caja dejó caer su pesada carga sobre Sterling. Se repitió la escena que ya ocurrió con Crane y me transporté al Templo de La Tela de Sueños. Antes de salir, recogí el cristal mágico que estaba apoyado sobre el muro del extremo sur. En esta ocasión, y en las sucesivas, salí del Templo probando a abrir todas las puertas. Cuando una cedía, entraba en la sala con el pedestal de transporte.

UN INDUSTRIAL

El próximo hombre transformado en ser maligno a destruir era el industrial Sartain, millonario en dinero y en influencias. Como Monk me había dicho que estaba cercano a alguien querido por mí, y mi novia Eden trabajaba sus industrias, me fui corriendo a su piso. Entré con la clave, 2865. Usando la agenda que había sobre la cama, vi la dirección del edificio de Sartain. Tuve que pulsar cinco veces sobre la N del teclado de la agenda. En la sala contigua cogí un cartucho rojo que reposaba sobre la mesita que había tras el sillón. Una vez en mi apartamento, y tras, como siempre, meter el cartucho en el interface y encender el monitor, escribí: LIST, LIST CARTUCHO, READ CODIGO.

En la pantalla de fósforo verde apareció el número secreto: 7833. Sin perder un instante viaje hasta las industrias Sartain. No tuve complicaciones gracias a que ya tenía el código y una vez en el interior de la fría y descomunal construcción, disparé contra el ordenador de sistemas. Tras atravesar un pasillo hacia la izquierda, fui hacia arriba y entré en el ascensor. Nada más salir, me encontré encañonado por dos hombres. Ante tal amenaza, tuve que recurrir al cristal mágico. Un escudo de fuerza surgió de la nada para protegerme y luego lanzó un intensa descarga letal sobre los guardias. Seguí hacia el sur, y recogí del suelo un maletín que Sartain había abandonado en sus desesperada huida. Lo abrí y cogí los papeles de su forrado interior. Examiné los papeles y tras pasar todas las páginas, averigüé todos los planes y escondites del grupo maligno. Como no quería que Sartain escapara, me dirigí rápidamente hacia el helipuerto, al que llegué tras salir por la puerta de la derecha y pasar por unas cuantas escaleras. Escuché el zumbido de las turbinas de la nave hacia la izquierda. Hacia allí corrí y abrí fuego contra el helicóptero a reacción, en el que trataba de escapar Sartain. Como siempre, regresé a la Tela de Sueños.

EN LA PLAYA

Tras la teletransportación, mi cuerpo surgió de la nada en un aparcamiento público. Del remolque de la camioneta que estaba estacionada hacia la izquierda, cogí unas cizallas. Hacía el norte salí del parking y en la pantalla de viajes seleccioné la casa de Chapel. Al llegar, examiné el muro que la rodeaba y con un poco de esfuerzo logré escalar la muralla y saltar al interior de la finca. Había un tremendo socavón en el suelo y justo en el medio un pequeño cartucho azul que, como era habitual examiné en mi computadora. La secuencia del teclado fue: LIST CARTUCHO, LOGON BECKETT, SEPTIMUS, LIST CARTUCHO, READ RESUMEN.

Así descubrí la iglesia en la que se refugiaba el padre O'Rourke. La catedral abandonada estaba protegida por una fuerte verja de hierro, pero la utilicé con las cizallas y pude romper la cadena de las puertas. Regresé a mi apartamento y cogí una taza de café vacía que había sobre la mesita de noche. El embarcadero fue mi siguiente destino. La playa estaba absolutamente desierta, el olor era sencillamente putrefacto. Usé la tubería que se adentraba en el mar con la taza para recoger un poco de agua, por llamar de alguna manera a la sustancia verdosa en la que se había convertido la antaño cristalina agua de mar. Arranqué la barandilla de las escaleras de acceso a la playa. Después de llegar a la bahía de la derecha, examiné una caja de conexiones que estaba semienterrada por la arena. Tras quitársela, la usé con la barandilla para, haciendo palanca, romper la tapadera. Vacié la taza de agua sobre los circuitos y una explosión tan impresionante como violenta destruyó el sistema de seguridad.

El estallido fue de tal magnitud que se abrieron boquetes en el balcón y en la ventana. Escalé por ambos y encontré a Underwood tendida en el suelo. La onda expansiva la había alcanzado y a duras penas podía arrastrarse. Hablé con ella, me suplicó que la matara para aliviar su sufrimiento. La rematé con un piadoso disparo.

EL FINAL EN EL METRO

Después de salir del templo, desperté en una playa. Presentía que el final se acercaba. Al llegar a la iglesia vi que el pórtico de madera estaba abierto. Con miedo, pero con decisión, entré en la nave central de la fantasmagórica catedral. Estaba tan oscuro que casi tropiezo con un esqueleto que había en el suelo, al que le quité su huesuda mano. También recogí una piedra. Al fondo, había un altar. Tras quitar los candelabros y la tela que lo cubrían me di cuenta de que más bien se trataba de un sepulcro. Pude abrirlo usándolo después de meter la mano del esqueleto en el pequeño agujero que había en el centro de la lápida. Me metí dentro del sepulcro y fui a caer a un subterráneo, una cripta. Abrí otro sepulcro usando la losa de piedra que lo cubría. De su frío interior recogí una daga y dos preciosas gemas rojas. Conseguí una tercera gema de la vasija que había quedado escondida bajo la lápida. En el centro de la sala había una losa, que usé con las tres gemas. Un estruendo reverberó por las paredes y surgió una salida. Llegué a las catacumbas de la catedral. Al tocar una estatua que colgaba de la pared el fondo norte apareció el sistema de protección. Compuse una figura cuya parte superior era un semicírculo atravesado por tres líneas y la inferior otro semicírculo, pero con una sola recta. Tras tocar el cristal, algo se abrió hacia el sur. Por todo el laberinto recogí un total de ocho pesadas piedras -una de ellas estaba bastante escondida en la celda de descanso, en la parte superior derecha-. Usé la vagoneta que estaba al norte con todas ellas. La empujé y por el peso de las piedras se precipitó hacia el muro sur, que quedó destrozado por el impacto.

Un sonido que heló la sangre de mis venas salió del agujero, pero no me acobardé y me metí por el mismo. Caminando hacia la izquierda y luego subiendo por unas escalinatas, llegué a una capilla en la que restos de origen desconocido estaban esparcidos por el suelo. Descendí por el pequeño agujero que había a mi derecha. Para mi sorpresa, fui a caer al metro. Fui hacia el norte, bajé las escalerillas para bajar del andén al túnel y me detuve cuando oí una sobrecogedora risa que provenía de un agujero que había en el muro de la parte izquierda. Sólo de la garganta de un psicópata como Beckett podía salir un sonido tan desgarrador. Había llegado el momento de la verdad. Entré. Allí estaba Beckett, una enorme masa de músculos agrandada a base de matar. Volvió a reír. Me contó una historia que me dejó casi inmóvil, pues parecía cierta, hasta que reaccioné al oír "ahora llega tu final". Salí corriendo hacia el túnel, podía notar su fétido aliento en mi nuca. Me quedé paralizado contra la pared del túnel y justo cuando Beckett se abalanzaba sobre mí, un tren, lo arrolló.

El rojo de su sangre empapó la madera de las juntas de las vías. Por última vez, absorbí la energía de mi víctima final. Mi mente se nubló, pero entre las brumas del pensamiento alcancé a distinguir la cara de Monk. Por fin podía ver sus ojos. Me asusté, al verle la cara supe con certeza que ocultaba algo. Sí, me dijo que el bien había triunfado, que la Tela de Sueños estaba intacta y que hombres del bien dirigían la humanidad. Pero su mirada, su expresión, su voz, escondían algo. Tuve consciencia de mí mismo cuando varios policías me apuntaban. Amenazaron con dispararme si no soltaba el arma que inexplicablemente empuñaba mi mano. Intenté arrojarla, pero estaba paralizado. Vi cientos de resplandores y sentí que las frías balas se calentaban al entrar en mi cuerpo. Tendido sobre el asfalto, supe que Beckett me dijo la verdad. Su fin había supuesto el mío. La Tela de Sueños no podía permitir que un mortal con la fuerza que yo había adquirido viviera sobre la faz de la Tierra y por eso planearon mi muerte terrenal, humana, y ahora vivo sobrehumanamente en la Tela de Sueños. Ya no soy Ryan, sino un ente sin forma material-biológica. Pero me vengaré, juro que me vengaré.

 

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