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Hearts of China

Últimamente las cosas no habían ido demasiado bien para mí. Me hubiera gustado saber qué habrían pensado los que comenzaron a llamarme "Lucky", en lugar de mi auténtico nombre Jake Masters. A mi modo de ver no se puede considerar afortunado a un hombre que lo ha perdido casi todo, y que se ve envuelto en una historia tan turbulenta como la que yo viví.

Cuando uno se pone en manos de gente de la calaña de Lomax, está condenado desde el primer momento a un mal final. Por suerte, mi hada madrina debía estar vigilante, pues de otra forma no se explica cómo conseguí salir bien parado de tan gran embrollo, y con dos premios tan estupendos como el amor de Kate, y la amistad de Chí. Todo comenzó de esta forma...

Nacido en Nueva York de familia humilde, el Sr.Lomax consiguió en pocos años levantar un imperio partiendo desde cero. Comenzó en la construcción y pronto sus negocios se enfocaron hacia la importación y la exportación. En un corto plazo de tiempo, el holding Lomax funcionaba en 100 ciudades del mundo, y manejaba cantidades de mercancía que rondaban los cincuenta millones de toneladas por año. De forma inexplicable, este monstruo de las finanzas prefirió asentar su base de operaciones en Hong Kong, para desgracia de un servidor.

Un veterano de guerra no suele tener demasiadas oportunidades en los tiempos que corren, y por esos días yo andaba dando vueltas a una idea que parecía buena. Comprar un par de viejas barcazas, y ofertar con ellas rutas a turistas deseosos de encontrarse con el auténtico mundo chino. El problema estaba en que andaba mal de fondos para comenzar el negocio, así que decidí acudir a quien podía hacerme un préstamo.

Lomax me demostró enseguida que en negocios ya lo sabía casi todo, y viendo mi proyecto interesante, me anticipó el dinero necesario, al que por supuesto habría que añadir unos "pequeños" intereses. Los problemas comenzaron a medida que el tiempo pasaba, y el corto número de turistas que solicitaban los servicios de la agencia no me permitía ir atendiendo los pagos del préstamo.

Una trágica mañana, al llegar al puerto de Hong Kong, en lugar de mi barco encontré unos maderos chamuscados flotando en el mar. Eran todo lo que quedaba de mi sueño de empresa. La paciencia de Lomax se había agotado y había actuado con la "amabilidad" que él solía tener con casi todo el mundo.

Cuando desesperado me preguntaba si no sería mejor saltar al agua y terminar con todo, un chico me entregó una nota de mi odiado E. A. Lomax, en la que me decía que si quería recuperar lo perdido y ganar algún dinero extra, fuese a verlo cuanto antes. Todo parecía un simple truco para liquidarme, pero como me daba igual la forma de terminar con mi vida, decidí correr el riesgo.

Eugene Adolphous estaba irreconocible. Cuando esperaba encontrarme a un gángster prepotente que disfrutase con mi desgracia, me sorprendió descubrir en su mirada una sombra de enorme preocupación. Luego, todo tuvo sentido.

En la China Central, la vida seguía teniendo una estructura feudal, y el poder detentado por los señores de cada zona era inmenso. Lomax me habló de un personaje llamado Li Deng, que tenía su residencia en la antigua fortaleza de Chengdu, en su día palacio del mismísimo Genghis Khan.

Como un tiranuelo cualquiera mantenía un reino de terror absoluto al que nadie osaba hacer frente. Su pasatiempo favorito era coleccionar obras de arte, y su última adquisición había sido nada más y nada menos que Kate Lomax, única hija de mi "amigo" Eugene.

La joven Kate, había rechazado desde siempre la vida acomodada que su padre podía ofrecerle, y había buscado encontrar sentido a su vida, ejerciendo como enfermera en las zonas más deprimidas de China. Ahora, los pobres a quienes atendía se habían quedado sin ayuda por la voluntad egoísta de Li Deng, que consideraba a la hermosa chica como un trofeo más para su colección.

Ni las poderosas influencias de Lomax podían llegar a la zona donde Li Deng habitaba, así que la única solución posible era buscar a alguien lo suficientemente temerario como para acometer una misión casi suicida, y por supuesto, el elegido era un servidor.

El trato era muy simple. Si me negaba, con toda probabilidad iría a hacer compañía a los restos de mi único barco en el río. Si aceptaba, Lomax prometía devolverme un barco nuevo, y un montón de pasta para reabrir el negocio.

Nunca me he fiado de tipos como el que me proponía este singular negocio, pero también he tenido muy claro cuándo no había elección. Así que acepté el trato.

Por indicación de mi nuevo jefe, tenía que localizar a un ninja llamado Zhao Chi en los suburbios de Hong Kong, pues era la única persona adecuada para acompañarme en la compleja aventura en que me embarcaba.

Para comenzar la búsqueda, decidí pasarme por el bar de Ho, un viejo amigo que me debía algún favor. A aquel tugurio solía ir todo el submundo de Hong Kong, y quizás hubiese suerte. Después de tomar unas copas y ligar con las chicas, comencé a hacer preguntas. Para mi sorpresa nadie conocía a Chi, y más de una cara reflejó más miedo que ignorancia. Presioné un poco a Ho y de pronto, un par de matones me sacaron a la calle con los pies por delante.

Aquello era una señal de que andaba sobre la pista correcta. Decidí volver al día siguiente, y gasté algo de tiempo visitando comercios. En una especie de herbolario, una anciana enigmática que parecía muda, ni siquiera contestó a mi saludo, sin que supiese bien por qué, pero era lógico pensar que no quería tratos con los extranjeros.

De vuelta al bar, me llevé la agradable sorpresa de encontrar por fin al ninja que estaba buscando, quien había oído que alguien hacía muchas preguntas sobre él.

Una charla amistosa, sacó a la luz que mi nuevo compañero conocía el buen corazón de la dulce hija de Lomax, y estaba dispuesto a acompañarme. Sólo existía un problema. Para viajar al centro de China era indispensable tomar un avión, y Chi tenía desde siempre verdadero pánico a las alturas.

Aguzando el ingenio, y gracias a un trozo de papel y a los conocimientos de aeronáutica que tomé en la escuela primaria, conseguí demostrar al joven ninja que volar era seguro, y todo quedó resuelto.

Antes de partir, decidimos hacer algunas compras. De vuelta al herbolario, pude comprobar que Madame Wu padecía, como yo había sospechado, una xenofobia aguda contra los americanos, de modo que fue Chi quien rompió el hielo. La buena mujer apoyó nuestra empresa, y prometió entregarnos unas valiosas hierbas curativas a cambio de un ingrediente que le estaba haciendo falta para sus pócimas: ¡Caca de gaviota!

Fuimos al puerto, y conseguimos el valioso elemento a cambio de darle algo de comida a los pájaros marinos. Luego, Madame Wu nos entregó el saquito de hierbas y un mapa que guardaba de la fortaleza de Chengdu. Llegados al aeropuerto, descubrí que más vale no llevar documentación, que intentar colar la falsa.

Tras una plácida travesía, divisamos la fortaleza de Li Deng, y tomamos tierra. Cargando con todo lo que podía ser útil que transportaba el avión, nos dirigimos al castillo. En el camino, Chi habló con un campesino y consiguió de él unas ropas. Además nos dejó darle un paseo a su vaca, para que el camuflaje fuese más perfecto. Llegados a las puertas de la fortificación, estudiamos con detenimiento la forma de colarnos.

El mapa de Madame Wu indicaba dos posibles entradas, y decidimos que era mejor probar por las alcantarillas. Con sigilo, nos acercamos a la reja que cerraba los desagües, y haciendo palanca conseguimos romperla.

Gracias a que fumo Marlboro, nos fue posible continuar por los oscuros túneles, hasta llegar a una especie de agujero en el techo, que debía servir a los de la fortaleza para hacer sus necesidades a juzgar por el olor.

Utilizamos lo más contundente que por allí había para agrandar el hueco, y henos aquí en la cocina del palacio.

Un simpático perrito no nos deja subir las escaleras pese a que le damos toda la carne que encontramos. Investigamos por el comedor, y encontramos algo fuerte que servirá de calmante para el perro.

Sin poder evitarlo, tumbo una lampara y se produce un pequeño incendio. Volvemos a la cocina, y después de darle al chucho el tranquilizante, subimos las escaleras, mientras oímos los gritos de los guardias alertados por el fuego.

Agarro un cuchillo que encuentro en el dormitorio del cocinero, por si el revólver es insuficiente, y aprovechamos la confusión para entrar en el salón donde está retenida Kate.

Lo que vemos nos hiela la sangre en las venas. Dos serpientes cobras rodean a la hermosa joven como si se tratara de un par de gatitos, pero seguro que sus intenciones son algo más serias. En las escaleras se oyen los pasos de los guardias, así que con rapidez atrancamos la puerta, y decido cargarme los dos reptiles de un plumazo.

Pese a que disparo con rapidez y precisión, las cobras son aún más veloces, y la chica es mordida por una de ellas. Los golpes en la puerta anuncian que no aguantará demasiado, así que buscamos la salida más directa que no es otra que el balcón principal del salón. Una cuerda nos sirve para descolgarnos y huimos hacia el único camino libre.

Nuestra única oportunidad parece estar en coger un tanque y salir a lo bestia, pues toda la guardia del palacio está alertada y sería ingenuo intentar hacerlo discretamente. Nos colamos dentro de él, y con la ayuda de algo cortante consigo quitar la tapa de los controles y hacer un puente.

La carrera que vino luego fue algo accidentada, con muchos disparos y más de un buen susto, hasta llegar al avión.

Respiro aliviado cuando oigo el dulce ruido de las hélices mientras despegamos hacia Hong Kong. Pero Chi me despierta de mi dulce sueño.

La mordedura que ha sufrido la bella Kate es mortal, y sólo en el lejano Katmandú existe un remedio contra ella. Imaginando qué diría Lomax si le entrego el cadáver de su hija y también, por qué no decirlo, debido a que la chica comienza a caerme bien, ponemos inmediatamente rumbo a Nepal.

Nuestra llegada no fue demasiado brillante, pues cuando avistamos la ciudad de Katmandú, el avión se quedó sin gota de combustible. Pude efectuar un aterrizaje de emergencia, en el que no nos faltó nada para caer por un precipicio.

Tranquilizados por ver que nadie había resultado herido, Chi me explica que a Kate le quedaba poco tiempo de vida, y que era urgente que uno de nosotros fuese a buscar ayuda. Decido ir yo (como siempre, me hago el héroe), y dejo al ninja al cuidado de la enferma. Gracias a sus conocimientos de hierbas medicinales y a las mantas que había en el avión, Chi mantiene a Kate con vida, mientras yo, casi en las últimas, me encuentro a un joven del lugar y me desmayo a continuación.

Me recobro frente a una estupenda chimenea, y veo con alegría que junto a mí está mi amigo, y que en un camastro se encuentra Kate, atendida por una anciana nepalí.

Ama nos cuenta cómo pese a sus años nos arrastró uno a uno hasta su casa, para salvarnos de una muerte cierta. Le agradezco su ayuda, y salimos a dar un vistazo a la ciudad, pensando en cómo poner de nuevo en vuelo nuestro avión.

Decidimos visitar por indicación de Ama al Lama local, quien puede ayudarnos a iluminar nuestro camino. Con uno de mis trucos, engaño al sacerdote que hace de portero y consigo audiencia. Sin embargo, no me sirve de mucho, ya que el Lama está meditando.

Decido volver más tarde, y para hacer algo de tiempo, se me ocurre ir a la oficina de telégrafos local, para explicar a Lomax los motivos de nuestro retraso. Una simpática joven me cuenta las últimas noticias y me muestra un periódico, donde en grandes titulares aparece la noticia del furioso ataque contra la ciudad de Hong Kong perpetrado por el temido Li Deng. La ciudad está sumida en el terror, mientras el señor de Chengdu busca a su tesoro más preciado, la joven Kate Lomax.

Comprendo entonces que sería un suicidio intentar volver tal y como están los ánimos, y decido cambiar mi ruta. Algo en mi corazón me dice que el punto más seguro es París, donde por otro lado, me apetece mucho estar con esta chica que empieza a despertar nuevos sentimientos en mi interior. Decido tomar este destino, aunque ello suponga una escala para repostar en Estambul, y envío a Lomax un telegrama al respecto.

De vuelta al Lamasterio, obtengo una nueva audiencia, en la que el Lama me cuenta que el problema de su gente es Bojón, el tirano local de turno, que ha robado el pergamino sagrado, y con él las ganas de vivir de todo Katmandú. Me pide ayuda y decido prestarla.

Vamos a la taberna local, donde constato que los hombres que en otro tiempo fueron valerosos, están sumidos en una apatía mezclada con miedo que les lanza de cabeza al alcohol.

Con mi acostumbrada verborrea, consigo despertar en el pecho de Sardar, uno de los líderes locales la llama del valor, y cuando le entrego mi arma como regalo, el hombre cambia radicalmente, y se dirige junto con sus amigos en busca del dictador. Rescatado el pergamino, obtengo ayuda para sacar el avión del borde del precipicio, pero seguimos sin carburante.

El único que lo posee en Katmandú es el joven Kubla, y no está dispuesto a facilitarlo a cambio de nada. Dejo el asunto en manos de Chi, que conoce la mente oriental mejor que yo, y me asombro de su habilidad en los tratos. Con una caja vieja de cigarros y un par de cosas más que llevaba en sus bolsillos, construye un juguete que el chico acepta encantado.

Nos despedimos de Ama, y del resto del pueblo, y dirigimos nuestras alas hacia Estambul, parada obligada hacia París.

Llegados a Estambul, intentamos conseguir gasolina, pero parece algo imposible. Kate piensa que debemos hablar con su padre por lo que vamos a la ciudad en busca de un teléfono. Cuando lo localizamos, entro a hacer la llamada, y le cuento a Lomax dónde será el nuevo punto de encuentro, y cuáles son mis nuevas condiciones, teniendo en cuenta la dificultad creciente del trabajo.

Inesperadamente, irrumpen en el bar los guardias del Nabob, el gobernante de la ciudad que me apresan y me llevan a palacio.

Mientras tanto, Kate demuestra una vez más su valor, buscando la forma de rescatarme. Se dirige a palacio y lo rodea buscando la forma de hablar conmigo. Encuentra a una anciana mujer llamada Palmira, que le indica que le ayudará a cambio de algo que vende un mercader en las mismas puertas de la ciudad. Luego, las cosas necesarias para rescatar a Lucky son un camello para la huida y algo para cortar los barrotes.

Sin más dinero, Kate se ve obligada a vender a Kasim, un comerciante local, todo lo que tiene de valor. Consigue el instrumento cortante, pero lo que le sobra no da para el camello, así que se las tiene que ingeniar con buena vista para conseguir multiplicar lo que tiene.

Realizado el rescate, nos damos a la fuga a toda prisa hacia el avión, pero al llegar al aeropuerto, una sorpresa desagradable nos aguarda. Los hombres de Li Deng han llegado, y al mando de Tong, destruyen ante nuestra mirada estupefacta el avión con mi amigo Chi en su interior. Kate me convence de que todo es inútil para ayudarle y nos damos a la fuga. La única vía de escape es la estación de trenes, y hacia allí nos vamos.

Por muy poco nos subimos al famoso Orient Express, y dejamos atrás a los secuaces de Li Deng, pero en mi corazón no hay alegría, pues la pérdida de un amigo me llena de tristeza.

Cuando la situación se va normalizando y la sonrisa es capaz de volver a mis labios, un viejo conocido hace su aparición en escena. El salvaje Tong consiguió agarrarse al estribo del último vagón, y con su espada desenvainada se dirige a nosotros. Me enfrento a él en un combate que se traslada al techo de los vagones, y consigo al final deshacerme de él.

Kate y yo nos abrazamos sitiéndonos más unidos que nunca por tanta peripecia, y decidimos terminar el viaje hasta París en buena armonía.

En la estación de París nos esperaba ya el hombre que iba a ser mi futuro suegro. Como cosa típica en él, cuando llegamos se limitó a abrazar a su hija, y a dirigirme unas secas palabras en cuanto a que ya hablaríamos de negocios. Me enfrenté a él exigiéndole lo que me debía, y esta vez con refuerzos imprevistos, porque la misma Kate le dijo a su padre que no estaba dispuesta a aguantar ese trato para el hombre que iba a ser su marido.

Estupefacto, Lomax se queda con la boca abierta, mientras nos dirigimos al hotel más cercano, para irnos haciendo una idea de cómo será nuestra inminente luna de miel. Por supuesto pedimos una botella del mejor champán bien frío.

Cuando llega el camarero, la última sorpresa del día: es de piel amarilla, sus ojos son casi rasgados, y se llama Zhao Chi. Mi amigo tiene la piel dura, y yo soy en esos segundos el hombre más feliz del mundo.

 

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