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Star Trek 25th Anniversary

Soy el oficial Kirk, capitán al mando de la nave Enterprise de la Federación Estelar. Entre mi tripulación cuento con dos elementos imprescindibles para el buen resultado de mis misiones estelares. El Doctor McCoy, es el médico de abordo y uno de mis mejores amigos. El Comandante Spock, ejerce como segundo de abordo y es el científico que mejor conoce todos los secretos de las más recientes tecnologías. Pertenece a la raza Vulcaniana, lo que explica la curiosa forma de sus orejas y su forma de ser: serio, y "lógico". Este peculiar comportamiento junto con la susceptibilidad del Doctor, hace que no siempre sus relaciones sean del todo cordiales, sin dejar de ser entre ellos grandes amigos.

La misión que Spock ejerce dentro del Enterprise es aconsejarme en todo momento y hacer lecturas con el escáner para informar siempre sobre lo que podemos encontrarnos. También controla la base de datos del ordenador que muy frecuentemente debemos consultar.

La teniente Uhura, es la responsable de las comunicaciones y es una experta en todo tipo de traducciones de idiomas extraños y mensajes en clave.

Los señores Chekov y Sulu, se encargan de los sistemas de defensa y ataque, así como de las cartas de navegación, y rumbos.

El Señor Scott es el jefe de máquinas y es un mecánico excepcional, que siempre reparará los componentes de la nave que no funcionen al 100 por 100 de su rendimiento.

Yo, independientemente del control del Enterprise como capitán, llevo el cuaderno de bitácora, el teletransportador y ese sistema tan valioso que llamaremos "salva-carga".

A continuación, intentaré narraros las aventuras que vivimos, ocho para ser exactos, en una época en la que el espacio estelar estaba un poco revuelto.

MUNDO DE DEMONIOS

El almirante jefe de la flota estelar nos envió un mensaje en clave que comunicaba que en el planeta Pollux V, unos extraños seres, -cuya descripción se ajustaba a los demonios de algunas viejas religiones-, habían atacado a los nativos de aquel lugar cerca de una mina. Nos ordenaban informar de la naturaleza de aquellos seres y pacificar la zona en nombre de la flota estelar.

Sin más tiempo que perder, consultamos la carta estelar y pusimos rumbo a Pollux V. Por el camino, Spock nos informó que Pollux V acababa de salir de una era glaciar por el choque de un meteorito, y había sido colonizada por los acólitos de la secta religiosa de las estrellas. En cuanto llegamos, entramos en la órbita de Pollux. Ordené al Doctor y a Spock que, junto con uno de los guardias de seguridad, me acompañaran al planeta, mientras que el Señor Scott quedaba al mando del Enterprise.

Los cuatro fuimos teletransportados al planeta en el cual nos esperaba el prelado Angiven, quien nos informó de la situación y nos invitó a que sus acólitos nos contaran sus diferentes experiencias con los demonios que les habían atacado cerca de la entrada a la mina.

Uno de ellos estaba mal herido y tenía una infección que sólo podía ser curada con Hypotoxina, una sustancia que sólo podía ser sintetizada desde unas bayas que crecían cerca del lugar donde había sido atacado.

Armados con nuestros Phasers, fuimos en busca de aquellos frutos que podían curarle. Nos adentramos en el bosque y vimos cómo de repente tres hombres vestidos de negro aparecían entre la maleza y nos recibían de manera realmente hostil.

No fue difícil abatirlos. Spock los analizó con el tricorder y nos informó que eran robots con una determinada cobertura que les daba el aspecto de Klingons, nuestros más queridos enemigos.

Durante el tiroteo, a uno de ellos se le desprendió la mano derecha. La recogimos para analizarla. Pudimos observar cómo en la palma se encontraba alojado un circuito electrónico, al que, en un principio, no dimos mayor importancia.

Un poco más adelante, recogimos unas bayas que llevamos rápidamente al laboratorio del hermano Stephen para poder sintetizar algo de Hypotoxina, gracias a lo cual conseguimos combatir la infección del acólito herido.

Este nos informó que en el interior de la mina habían encontrado una extraña puerta y que cuando se disponían a investigar en sus alrededores, los demonios habían provocado un derrumbamiento cogiéndoles por sorpresa y sepultando a otro de los componentes de la expedición.

Tras unas precisas reparaciones que Spock pudo realizar en la mano y conseguir un objeto metálico que el hermano Stephen guardaba en su colección particular, nos dirigimos hacia el interior de la mina.

Allí observamos cómo la citada puerta estaba sepultada tras unas gigantescas rocas, imposibles de mover si no era desintegrándolas -empezando por la izquierda- con los phasers.

Bajo aquellos enormes pedruscos estaba el científico sepultado por el derrumbamiento. El Doctor McCoy consiguió reanimarle, pero nos fue imposible obtener más información de él, pues estaba aún bastante transtornado por el fuerte impacto en su cabeza.

Junto a la puerta, encontramos un sensor a modo de cerradura que se activaba al acoplar sobre él la palma de la mano adecuada. Así lo hicimos, la puerta se abrió y entramos en una sala equipada con grandes máquinas y ordenadores que rápidamente llamaron nuestra atención.

Alineando unas luces en una determinada altura, una estructura de cristal, a modo de cabina telefónica, surgió del suelo y de ella salió un ser con pinta de mantis religiosa. Este nos informó que se trataba de un Navian y nos contó cómo ellos habían invernado cuando la era glaciar llegó. Las máquinas habían sido programadas para despertarles en el siguiente eclipse de luna. Pero no tuvieron en cuenta que con los impactos de los meteoritos la luna podría desintegrarse.

El ordenador central había diseñado unos robots que impedirían el acceso a los intrusos y que, además, dependiendo de quien fuera el visitante, emitirían diferentes ondas mentales que ayudarían a ser vistos como los peores enemigos de cada uno.

Sólo faltaba la llave que paraba la construcción de aquellos "demonios". Por suerte, era aquella que yo había recogido del laboratorio de Stephen. Así, diplomáticamente, les invité a formar parte de la Federación Estelar, y pusimos rumbo, hacia el Enterprise.

ATRACADOS

Una vez arriba, el almirante nos felicitó y a la vez nos asignaron una nueva misión. No había descanso posible. La nave de la flota estelar USS Masada no había informado desde hacía bastante tiempo. Deberíamos ir en su búsqueda y averiguar qué sucedía.

Pusimos manos a la obra y, tras un ataque de los piratas Elasi que pudimos fácilmente eludir, encontramos el Masada parado y con los escudos alzados.

Spock informó que había 27 formas de vida en el interior de la nave. Luego, consultando con el ordenador, obtuvimos su código de identificación y una información altamente importante. La tripulación sólo se componía de 17 personas. ¿Quiénes serían los otros 10?

Intentando comunicar con el Masada, nos llegó un mensaje desde su puente de mando. El pirata Elasi Cereth, había secuestrado a la tripulación y pedía la libertad de 25 prisioneros. Le dimos buenas palabras e intentamos desactivar los escudos desde el Enterprise para bajar y liberar la nave. Era sencillo, sólo necesitábamos saber el código que el ordenador nos había suministrado anteriormente.

Una vez en la sala de teletransporte, encontramos al operador totalmente inconsciente. McCoy le reanimó y éste nos informó de que los piratas tenían retenida a la tripulación en la bodega del Masada. Nos ofreció alguna herramienta, pero ésta no sería totalmente necesaria.

Pusimos rumbo a la bodega. Por el camino, encontramos un soldador y algunos otros utensilios que podrían ser útiles para arreglar el teletransportador. Dos hombres de Elasi fueron abatidos por nuestros disparos a la puerta de la bodega, a través de la cual se veía a los prisioneros.

El sistema de apertura de la puerta estaba conectado a una potente bomba. Fue Spock quien consiguió cortar los cables y así liberar a los prisioneros.

Uno de ellos nos informó que frente a la puerta del puente existía un campo eléctrico que impedía el acercarse a ella. Sólamente podríamos desactivarla, aplicando el soldador en un punto específico de la pared, justo a la izquierda de la entrada.

Dicha herramienta tuvo que ser recargada con uno de nuestros phasers y, tras aplicarla en el punto indicado, la puerta se abrió. Con las pistolas en la mano, entramos en el puente, donde, tras un pequeño tiroteo, resolvimos el incidente y pudimos volver al Enterprise con las felicitaciones del almirante.

ARRIESGADO TRABAJO DE AMOR

La misión que a continuación nos encomendaron tenía como objetivo localizar la base científica de la estación estelar Ark7 y sacarla del espacio Romulano, en donde se encontraba parada. Una vez avistamos el objetivo, recibimos un mensaje de una nave Romulana que nos invitaba amistosamente a morir.

Estas naves tenían un dispositivo que las hacía invisibles a nuestros ojos y a los de nuestro radar. Pero nosotros también contábamos con un dispositivo que ellos desconocían: el brillo y el contrastre de nuestros monitores. Una vez abierto camino y teletransportados al interior de la nave, el Doctor McCoy nos informó que en el ambiente existía un virus que sólo ataca a los Vulcanianos.

Spock estaba contagiado, era preciso encontrar rápidamente el antídoto. En un laboratorio, hallamos un sintetizador de sustancias a partir de gases, dos botellas y un transportador antigrávido para éstas. Seguimos recorriendo la estación y encontramos una llave inglesa y una tercera botella de gas. Con la llave inglesa abrimos un panel que se encontraba en sala de máquinas bajo el ordenador de la izquierda, donde localizamos material aislante y una rejilla a la derecha de la sala. En el sintetizador de gases fabricamos amoniaco y un poco de agua.

Fuera de ese laboratorio, en una cámara frigorífica, se encontraba una cepa del virus Oroborus, que había contagiado a Spock, quien a esas alturas comenzaba a acusar ya gravemente su enfermedad. Debíamos movernos rápidamente.

En una base de datos, conseguí la información que necesitaba. La fórmula del antídoto y la fórmula del gas TLTDH que atacaba a los romulanos.

Con algo de amoniaco y gran cantidad de policarbonato, que anteriormente había sintetizado, conseguí el antídoto y el gas. Tuve que manejar tres sintetizadores diferentes, pero ahora no recuerdo el orden.

Spock se curó inmediatamente, no sin antes presenciar una discusión de estilo jocoso a las que nos tenían acostumbrados tanto Spock como el Doctor.

Sólo quedaba infectar a los romulanos con el gas TLTDH. Estos se encontraban en el piso inferior y no nos permitían el acceso por la escalerilla.

Tal vez utilizando la rejilla que anteriormente habíamos abierto, fuésemos capaces de hacer que el gas llegase a sus pulmones. Efectivamente, así fué como logramos acceder a las bodegas.

Allí curamos a los romulanos y encontramos a los científicos al mando de la estación ARK7, los cuales estaban maniatados y amordazados; lógicamente, éstos se alegraron muchísimo de ver como les liberábamos.

Aunque también habíamos curado al Capitán Romulano, éste estaba tan deshidratado que no podía darnos ninguna información. Por suerte, teníamos algún vasito de agua en el bolsillo. El nos explicó que, cuando pusieron el ARK7 en funcionamiento, pensaban que las intenciones de la flota estelar eran otras. Se despidió de nosotros, no sin antes reconocer la honorabilidad de nuestros fines.

Pedimos a Scott que nos subiese al Enterprise, donde nos esperaba el almirante para ser informado.

OTRO DELICADO EMBROLLO

Ya había quedado zanjado el tema de ARK7 y estábamos celebrándolo a bordo del Enterprise cuando el silbido sordo del intercomunicador avisó de la presencia del alto mando en pantalla.

Se había recibido señales de alboroto en el sistema Harrapa. Debíamos acudir lo antes posible para apaciguar la zona. Nuestra entrada en dicho sistema no fue bien recibida por los piratas Elasi, a los que habíamos sorprendido mientras atacaban a una nave mercante en su huida hacia el sistema vecino.

Tras un pequeño tiroteo que acabo como debía ser, Spock recibió señales de una nave de tripulantes y pudimos acceder a una comunicación por vídeo.

Era Harry Mudd, un timador, pero amigo, que hace tiempo nos había hecho alguna que otra jugarreta. Pedía ayuda, pues los piratas le estaban atacando y nuestro deber era auxiliarle, aunque no nos hacía demasiada ilusión debido al tormentoso pasado vivido junto a él.

Acudimos al sistema desde donde se recibía la señal y avistamos la nave de Harry. Después de un corto diálogo, bajamos a la misma para su inspección. Lo que allí encontramos era un vehículo de pasajeros, francamente deteriorado, que se mantenía gracias a un pequeño artilugio pasado de moda llamado "salva-nave".

Harry explicó por qué los piratas le perseguían por toda la federación. Había vendido un quitamanchas compuesto por un tubo y una lente que era un tanto peligroso para cualquier ama de casa. Allí mismo, encontramos un bola amarilla de doce caras que parecía un banco de datos de algún ordenador alienígena.

Gracias a los tricorders de Spock y del doctor McCoy, conseguimos aprender algunos datos de la civilización que algún día había tripulado la nave que ahora se encontraba en poder de Harry. La base de datos anteriormente recogida contenía información verdaderamente asombrososa de la morfología de estos especímenes.

De camino hacia la sala de máquinas, encontramos un arma excepcional. Cualquiera en la federación que tuviese en su poder dicho arma podría haber atentado contra los intereses de la flota estelar. Decidimos subirlo a bordo cuando regresáramos al Enterprise.

En el compartimento contiguo, encontramos a Harry Mudd jugando con precaución con algunos tubos de ensayo. Alarmado por nuestra presencia, no pudo evitar el que se cayese uno de ellos al suelo, lo que provoco que los gases volátiles le afectaran a su cerebro. Si no estaba bastante loco, ahora sería para colmo, un chiflado violento.

Spock consiguió llevarle a una cama, donde el doctor le atendió lo mejor que pudo y tomó algunas muestras de aquel líquido que aún quedaba en la estantería para poder analizarlas posteriormente en nuestra nave.

Como ya sabíamos algo de la tecnología informática de los antiguos habitantes, conseguimos poner en marcha el sistema de comunicación, el cual nos permitió ordenarle a Scott que nos subiese lo antes posible, no sin antes pedirle que también llevase a bordo aquel arma tan sofisticada.

En el fondo, nos daba pena dejar en aquellas condiciones a Harry, pero antes o después se le pasaría, y cuando así fuese, le esperaría una sorpresa. El sobrecargo Sulu le había concertado una cita con la Señora Mudd en el sector siete. Hacía tanto tiempo que no se veían...

LA SERPIENTE ALADA

Paseando por el espacio estelar, recibimos una señal de una nave que conseguimos interceptar. Inmediatamente, avisamos al capitán de la nave de su invasión del espacio estelar. Se trataba de Taraz, un Klingon que estaba tras la pista de un peligroso forajido. Conseguimos hacer un trato con él: nos permitirían investigar por nuestra cuenta durante 12 horas y al término de este plazo, volverían a cruzar las fronteras estelares para tomar cartas en el asunto.

Bajamos al planeta donde se escondía el supuesto criminal. Nos recibió un hombre alto y delgado que vestía una gran túnica blanca. El doctor nos avisó rápidamente de que justo debajo de la glándula pituitaria del singular personaje había detectado la presencia de una considerable cantidad de energía.

Hablamos con él y cuando llegamos a la conclusión de que era el mismo Quetzecoatl, aquel que era perseguido por los Klingons, éste nos arrojo un hechizo que nos envió directamente a una cueva donde nos quedamos totalmente incomunicados. Con ayuda de una piedra y apuntando a un determinado lugar conseguí desenredar una liana que nos ayudó a salir de nuestra prisión.

Caminamos durante un buen rato por la selva y encontramos un individuo que nos cedió el paso rápidamente cuando le recordamos las batallas escolares a golpe de meteorito.

El camino era cada vez más tétrico. Cuando me disponía a cruzar el río, el guardia de seguridad estelar que nos acompañaba no permitió que yo pasase por el tronco que atravesaba el río. Su lealtad le llevó a las fauces de una siniestra criatura de las tinieblas. Me había salvado la vida.

Un poco más allá, encontré de nuevo a Quetzecoatl. Este nos preguntó si eran ciertas las acusaciones de genocidio que contra su gente se habían realizado. Comprendió nuestra respuesta afirmativa cuando le explicamos que todo apuntaba a que una deformación de sus doctrinas de autosacrificio había llevado a sus seguidores a exterminar a parte del pueblo Klingon.

El sacerdote nos explicó que su poder residía, como McCoy había detectado anteriormente, en una glándula situada en su espina dorsal. No quería seguir siendo merecedor de dicho poder y nos pidió ayuda médica para extirparse aquella maldita fuente de energía.

A bordo del Enterprise, y durante la intervención, una nave Klingon nos recordó que debíamos entregarles al prisionero. Ofrecimos la lógica resistencia, pero entonces las altas esferas de la flota estelar nos aconsejaron hacerles caso y entregarles al prisionero como habíamos acordado. Por supuesto, podríamos ser testigos silenciosos de la justicia Klingon.

Estos no lo entendieron así y, poniendo en tela de juicio nuestra valía como guerreros, nos sometieron a diferentes pruebas para demostrar nuestro valor. Aparecimos teletransportados en una cueva donde una inmensa energía surgía del suelo impidiéndonos el paso hacia la puerta.

Con ayuda de nuestros phasers pudimos derretir parte de una roca metálica para convertir una inocente astilla en un auténtico bate de beisbol que sería capaz de tragar toda la energía que se pusiese en su camino.

Gracias a nuestros tricorders y a Uhura, pudimos acceder a otra sala donde la salida era cuestionada por un infantil juego de colores. Probé varias combinaciones, pero ninguna parecía ser correcta. Cuando a punto estaba de arrojar la toalla, mirando el color de los uniformes de Spock y del Doctor, conseguí volver a la sala del juicio donde, por desgracia, ya estaba todo predestinado. Quetzecoatl había sido culpable antes de leer el mismo veredicto...

LA VIEJA LUNA DEL DEMONIO

Un satélite había captado actividad en el planeta Alpha Próxima. Nuestra siguiente misión consistía en averiguar qué diablos pasaba en aquel lugar. A nuestra llegada consultamos, como siempre hacíamos, el ordenador de a bordo.

Aprendimos algo sobre las civilizaciones que allí habían residido y algo fundamental sobre sus sistemas matemáticos. Una vez en el planeta, encontramos un terreno lleno de piedras de trifosfato de plata. Recogí alguna por aquella manía mía de pensar que todo podría servir para algo.

Más adelate, tropezamos con una puerta que se activaba con un código matemático. ¡Suerte de lecciones de aritmética! Un ordenador nos informó que la actividad en la estación lunar podría ser peligrosa para la paz de la federación. Los ordenadores seguían activos y en pie de guerra.

Dentro de aquel bunker, algo nos llamó la atención. Una puerta con un lector de tarjeta magnética que registraba algo de energía al ser golpeada con las piedras que antes había encontrado, un láser para prospecciones mineras y un cable que podría servir para conectar dos ordenadores.

Gracias a la lectura realizada por nuestros tricorders, pudimos investigar el interior del mecanismo que leía la tarjeta magnética necesaria para franquear aquella dichosa puerta. No fue demasiado complicado conseguir hacer un duplicado válido de esa llave con la ayuda del láser y algún que otro artefacto más.

La sala a la que se accedía por aquel lugar, albergaba el ordenador activo que atentaba contra la vida de todos nosotros. Spock informó rápidamente que el problema se podría solventar haciendo una conexión entre ambas terminales para permitir que actuaran de forma paralela. Dicho y hecho. Ya no quedaba nada por hacer allí.

VENGANZA

Llegando a la última república de la federación, encontramos una nave perteneciente a la flota estelar en un estado bastante lamentable. Spock sólo registraba dos vidas: una en el puente y otra en un muelle de naves. Decidimos bajar para ayudarles en lo que todavía fuese posible.

Al entrar en el puente, encontramos todo destrozado y la mayor parte de los tripulantes muertos. Alguien había atacado sin piedad a la nave y había asesinado a nuestros amigos. El operador, cuya vida había sido registrada por los escáners de Spock, acababa de expirar.

Decidimos consultar el cuaderno de bitácora residente en el sillón del capitán. Este daba unas lecturas que directamente no podíamos creer. ¡El atacante había sido el Enterprise!

Era imposible, pero en el muelle, una antigua compañera de clase malherida, tras ser curada por McCoy, afirmaba que lo que el capitán había registrado en su cuaderno antes de morir era cierto.

Enfurecido pensando que alguien podría acusarnos de tal carnicería, volví al Enterprise a comenzar la persecución del asesino, no sin antes dejar a a bordo un equipo médico que cuidase de la muchacha.

La búsqueda del Enterprise II terminó cuando nos enteramos de quién había usurpado nuestro lugar y tuvimos que enfrentarnos a él con algo más que paciencia. Nuestro honor estaba en juego. También nuestras vidas...

 

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